El cine rumano vive en un estado de felicidad constante. Hecho constatado sobremanera en la programación del SEFF, donde Sieranevada y Dogs, son dos de las favoritas tanto de la prensa especializada como del público. Películas diametralmente opuestas en su formalidad, pero que escenifican con maestría la realidad en la que vive el país.
En Dogs, el contexto adquiere la fiereza del western, donde los grandes espacios juegan un papel inquietante; el nuevo cine rumano. Por el contrario, en Sieranevada, las piezas permutan en un espacio reducido: una casa, en la que los personajes, con diferentes matices, ponen en relieve el actual marco socio-político. Scarred Hearts, de Radu Jude, cierra el círculo sobre el país rumano en la penúltima jornada del festival. La coproducción rumana-alemana, se personifica en la figura de un joven enfermo con tuberculosis y su duro periplo en un sanatorio. En la sección de las Nuevas Olas (no ficción), el documental Austerlitz, se desvela como el producto más deshonesto del festival. Clausura la jornada Godless, película búlgara, realizada por Ralitsa Petrova que, pese a representar la sordidez de Bulgaria, no la desarrolla con claridad.
Emmanuel, un joven afectado de tuberculosis ósea, decide poner remedio a la enfermedad. El lugar al que va a parar es un sanatorio, una especie de hotel de lisiados, donde a duras penas, intenta llevar una vida normal. La historia se contextualiza a finales de los años 30, donde la incipiente política de ultraderecha amenaza el modelo de vida. La ganadora del Premio Especial del Jurado de Locarno, Scarred Hearts, con una propuesta bastante sencilla, no termina de calar en el espectador. Entre otras cosas por su excesiva duración. Pero la más importante es la sobre-explicación de sus cartas presentes en todo el relato. Ya sabemos lo que le ocurre, la amargura que le aflige, pero no necesitamos tanta acentuación de la misma. Otro de los puntos flacos de la cinta es su tímida incursión en el contexto político, que hubiera dotado a la película de un marco más sugerente, más complejo. Lo mejor del filme es su dirección, made in Rumania, que discurre en lo estático para explorar con maestría los entresijos del sanatorio. Junto a la dirección, prima la fotografía de Marius Panduru, que esboza con pasión cuadros de gran plasticidad.
La segunda proyección del día no iba a estar exenta de polémica. Durante su visionado se marcharon de la sala una veintena de personas. Y no es para menos. El trabajo del director ucraniano, Sergei Loznitsa, en Austerlitz, es una tomadura de pelo. Tanto su discurso como su ejecución son de una pretenciosidad alarmante. Una veintena de planos estáticos, para mostrar la actividad de los turistas, dentro del campo de concentración. Una mirada demagoga y vanidosa, de la que se quiere mostrar la banalización de mal y la insensibilidad de las personas en un lugar con una historia tan trágica. Insultante. Pero la descontextualización y la generalización de dicha propuesta hacen que se caiga por su propio peso.
El último trabajo de Ralitsa Petrova cerraba la jornada del viernes y dejaba una sensación irregular. El cine de Europa del Este acostumbra a desgranar sus sociedades dentro un contexto predominante. Todo lo contrario que ocurre en la película comentada más arriba: Scarred Hearts. En Godless, se escenifica un contexto turbio, corrupto y asfixiante. El problema no radica en el terreno donde discurre el relato, sino en la ejecución del argumento. Con un prólogo inquietante, el director búlgaro, introduce de lleno al espectador en la trama. Pero la contrariedad surge de su mal desarrollo. Todo lo que nos inquieta de la película lo suelta a las primeras de cambio, por lo que el visionado, a medida que se va cociendo, resulta insuficiente. Las piezas ya están sobre la mesa, pero queremos más. Y así nos quedamos. Sin embargo, hay que destacar la amargura que desprende el filme, al igual que sus personajes: «quiero amar, pero no puedo» espeta al final de la película su actriz protagonista.