Pues Atlanta entrega probablemente el capítulo más subversivo del año; sugiriendo a través de un pseudosurrealismo conceptos clave para entender que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos.
Planteando que a la vez hay y no una perspectiva histórica que pone en tela de juicio la manera en la que abordamos temas como el racismo en la actualidad; que hay quien opina cuando desconoce, quien no opina cuando conoce, y que no hay maneras correctas, quizá matices.
Que aparece cierto revanchismo en comportamientos aparentemente moralistas, y que la contradicción es parte de nosotros. Algo a poner en valor, incluso.
El modo en el que Darius se sitúa en el centro de la acción; y a su vez es sujeto pasivo en una situación de disputa entre razas es absolutamente demoledora.
La manera en la que Alfred se enfrenta a la raíz del problema, la lucha por la justicia en un juego de azar y como se rebela ante ello con la maravillosa metáfora del árbol tan antiguo como la vida.
Como Earn se ve a sí mismo como parte de un sistema que seguimos arrastrando y trata de ser justo; pero surge de él algo reaccionario tras presenciar la gala de aquel pasado horrible que algunos se empeñan en no dejar atrás.
Y como este ve en Van a la verdadera revolucionaria; en un proceso de auto descubrimiento, dejando todo de lado y solo tratando de ser ella, ajena a todo el ruido y a los reveses de su vida. Arrancando una figura de su lugar cuando nadie la observa, empujando al siervo que complace al amo y no permitiendo que nadie le arregle u organice su vida. Y de cómo, paradójicamente, esa virginidad y visión quasi nihilista atrapa de nuevo a Earn y está más cerca de ella que nunca.
Absolutamente imprescindible; damas y caballeros; atentos al puto Donald Glover. This Is America. This Is Atlanta.