Aprovechando la revisión de la célebre saga de los 70, reflexionamos sobre su inminente predecesor: Las dos películas de McG protagonizadas por Drew Barrimore, Cameron Díaz y Lucy Liu que, por más chorra que nos parezcan, tienen bastante más sustancia de lo que aparentan. O precisamente por eso. Por chorra.
Cuando veo una película de los años 90, tengo la misma sensación de ver estar ante otra forma de ver el mundo y no ha pasado tanto tiempo. Quizá fue la ilusión por cambiar de milenio, pero la experimentación, el hedonismo, el color y no tenerle miedo al ridículo se esfumaron con la última uva de fin de año. Al fin y al cabo fue la década de los teletubbies, que reflejan ese tiempo mejor que cualquier otro producto cultural. No sé qué nos pensábamos que iba a ocurrir por cruzar al año 2000. Me imagino que era la alegría de sobrepasar la fecha sin habernos extinguido. El caso es que la expectación que causaba la fecha transformó el cine de occidente en un continuo chiste de Chiquito.
Para mí, una película refleja mejor que ninguna otra el fin de fiesta de esa era: Los ángeles de Charlie. Una película que no aprueba en absolutamente ninguna plataformas de crítica (Salvo en IMDB con un aprobado raspado) y es un hito para entender una época. Para empezar, estamos ante una de esas escasas películas que de verdad son diferentes. Nada se parece a Los ángeles de Charlie. Que sí, que la música «chumba-chumba» de las escenas de acción post-blade y los cables post-matrix estaban tan vistos entonces como pasados de moda hoy. Todo eso estaba muy trillado y te lo compro sin regateo.
Pero mira todo lo demás: Los tres personajes comenzaban a hacer el ganso sin razón aparente, cuando no estaban disfrazadas a lo Mortadelo para cumplir sus misiones. Esa desfachatez, 0 sentido del ridículo y ganas de pasárselo bien que convertían la película en un circo. Y eso señores, fue la esencia de los años 90. Los años de las Spice Girl, de los Power Rangers, Pressing Catch y las Mama Chicho. Todo condensado en la hora y media que dura Los ángeles de Charlie.
Contra todo pronóstico, el caos que orquesta McG estaba perfectamente narrado. El espectador pasaba de una Lucy Liu disfrazada de motorista, a una explosión, a Cameron Díaz bailando en su habitación, a dos explosiones más no sabemos muy bien por qué para acabar en Drew Barrimore disfrazada de cualquier otra chorrada. Y la narración no se resentía. Que es verdad que tampoco es que fuera un argumento muy complejo, pero lo más fácil es que al director se le hubiera ido de las manos al minuto 1. Desgraciadamente, no hemos vuelto a ver a ese McG. Se ha transformado en un cineasta más. Su visión única del cine de acción (o del cine, a secas) se abrazó sin reservas a la irrelevancia y así le va. Una pena. Podría haber sido único… pero no superó el efecto 2000.
Crítica de Largo viaje hacia la noche (2019): El arte hecho cine
Cruzando el siglo XXI llegó el 11-S, el 11-M y Christopher Nolan. Todo lo que había sido jolgorio, ganas de experimentar, ausencia de miedo (y de pudor, en este caso) se estrellaron contra el World Trade Center. Una nueva visión del mundo oscura, ultranaturalista y mucho menos divertida ennegreció el horizonte.
Y en esas nos vemos aún hoy. La película de McG nos parece por eso una horterada extravagante, pero en su día no se veía así. Piensa… a lo mejor no es hortera la peli, sino que nosotros nos hemos vuelto unos tristes (o ambas, que también puede ser).
Los ángeles de Charlie no será una obra maestra ni falta que le hace porque es algo más importante aún: el final de un ciclo. El título que cerró una manera de hacer cine, de entender la vida y el arte (¿no son lo mismo?) histérica, excesiva, sin reservas, luminosa, colorista y valiente. ¿Que caemos en el ridículo? Puede, pero siempre será mejor que caer en la insustancialidad.