Waves es la tercera película de Trey Edward Shults. El joven director nos trae una producción única y especial, cargada de sentimientos y buen cine. De la mano de A24, Shults se postula como uno de los directores más interesantes y prometedores de la actualidad.
Waves nos cuenta la vida de una familia que se enfrenta a una tragedia inexplicable y a sus consecuencias. Shults nos trae una historia que no es ni mucho menos novedosa, pero que, tal y como demuestra en su cinta, aún puede contarse de formas muy diferentes.
Sin duda hay dos aspectos cruciales en la forma en la que se nos presenta esta película: los movimientos de cámara y la elección de la paleta de colores. Y es que en esta película la cámara no solo se mueve o acompaña sin interferencia a los personajes, sino que se lanza hacia adelante, gira, se retuerce, vive y respira junto a los protagonistas. La cámara te mete de lleno en la acción, en la vida de los personajes y te obliga a sentir con ellos y ser parte de su historia.
“A veces, ver una película es casi como ser violado” es una cita bastante conocida de Buñuel y lo cierto es que Waves penetra en tus sentidos y te obliga a ser parte de una tragedia inesperada, profunda y radical. La película está divida en dos actos claramente diferenciados: el antes y el después. En su primer acto nos vemos siguiendo de cerca a Tyler (interpretado por un magnífico Kelvin Harrison Jr que merecía más apreciación en el circuito de premios): es un adolescente al borde de la madurez. Un joven que aún no es un hombre pero tampoco es un niño y que muestra la inseguridad, la ira y los sentimientos propios de un momento tan confuso.
Presionado por un padre con buenas intenciones pero demasiado exigente, agobiado por una peliaguda situación personal y desolado por una lesión que puede apartarle para siempre del deporte en el que es una prometedora figura, Tyler vive una vida frenética y llena de energía que se va volviendo delirante, peligrosa, confusa y aterradora.
En este desarrollo la cámara asimila al personaje y se mueve acorde a su experiencia vital: es un movimiento constante, a veces decidido y a veces errático, casi irresponsable. Enérgico, avanzando sin pensar en las consecuencias. La cámara nos cuenta, sin necesidad de nada más, cómo se encuentra y cómo siente Tyler. Y la elección de colores y el uso de la iluminación complementan a la perfección este momento de la historia: saturación, movimiento, giros casi estroboscópicos, que pasan de ser las luces de una fiesta, o de la ciudad en movimiento desde la ventanilla de un coche con la música a todo volumen, a convertirse en las sirenas de la policía cuando la situación de Tyler alcanza su trágico clímax.
Y es entonces cuando la película cambia, muta y nos traslada hasta Emily, la hermana pequeña de Tyler. Será desde su perspectiva desde la que contemplemos las consecuencias de la tragedia y cómo sigue adelante la vida después de algo así. Emily es tímida y tiende a encerrarse en sí misma, más aún después de lo ocurrido. La película se toma unos minutos para que puedas conocerla antes de comenzar a contar su historia: la de un romance y otro tipo de tragedia, en esta ocasión una mucho más misericorde.
La cámara, que ahora es un reflejo de Emily, se mueve con más calma, con más estabilidad, a veces casi con ternura. Y los colores se han vuelto más suaves; la iluminación más natural. Waves nos somete a un torrente de emociones constante y todas ellas complejas, reales y justificadas. Una de las mayores virtudes de la película es la de conseguir emocionarnos sin que ese sea su único propósito: Shulst huye de la artificialidad y la búsqueda de la lágrima fácil para presentarnos una historia real, cruda y sincera.
La historia acaba siendo, en ciertos aspectos, una historia de redención, o de perdón y aceptación al menos. Hitchcock dijo una vez “Cuando contamos una historia a través del cine debemos recurrir al diálogo para ello solo cuando no podamos hacerlo de ninguna otra forma” y lo cierto es que Shults consigue que sus imágenes sean lo suficientemente potentes para que el diálogo sea casi secundario en Waves. Su historia se cuenta, se vive, desde la imagen: es su mayor virtud como director y lleva demostrándolo desde su excelente debut Krisha.
No obstante, si hay un par de momentos en la película en los que se ha excedido en el diálogo: son los dos pequeños momentos en los que se aborda de algún modo el racismo. Shults es un hombre blanco y hay quien puede poner en duda que conozca los entresijos sociales y sentimentales de una familia afroamericana como la descrita en Waves, por lo que resulta difícil esquivar estos tópicos en algunos momentos. Especialmente en una conversación entre Tyler y su padre, este último le da un pequeño discurso que parece más enfocado a explicar a la audiencia blanca los problemas del racismo en EEUU que a otra cosa. Es uno de los pocos detalles de la película que evitan que estemos ante una cinta absolutamente redonda.
Hay quien podría considerar un handicap el drástico cambio de tono entre el primer y segundo acto de la película. Puede que a alguien le cueste adaptarse al giro de la película. Es cierto que el primer acto es absolutamente envolvente y sobrecogedor, pero la belleza y la transformación interna de Emily en el segundo acto tiene una fuerza abrumadora. Me parece una absoluta genialidad y un enfoque diferente y muy atrevido.
Robert Eggers, los hermanos Safdie, Ari Aster, Barry Jenkins o el propio Trey Shults son ejemplos de la excelente nueva generación de directores que está desarrollando los primeros pasos de su carrera ante nuestros ojos. Con ellos y películas como Waves, el cine estará en buenas manos.
“No hay final. No hay principio. Solo está la infinita pasión de la vida” – Fellini