Reseña de Legión (1×03): Puertas que no se abren

Legion

El tercer episodio de Legión mejora respecto al segundo, volviendo a crear momentos de auténtico desasosiego, como ya hiciera en su presentación.

Y es que, si explorar los traumas personales no es fácil, menos aún con poderes telepáticos capaces de transformar la materia. Es por ello que el entrenamiento de David Haller (puedo resultar un poco cansino, pero Dan Stevens lo borda) es bastantante complicado. Aún así, poco a poco va tomando conciencia de su tremendo poder, aunque haya partes de su cerebro que permanezcan aún sombrías, con una extraña criatura velando en esa puerta donde se esconden los recuerdos más oscuros del joven.

Noah Hawley sigue explorando la locura del personaje, creando esa atmósfera con una fotografía a veces cargante y en la que sumerge al espectador cada semana. Esta vez, tanto David como sus mentores, tendrán que afrontar el hecho de que, más pronto de lo esperado, tendrán que enfrentarse al enemigo. Todo ello, sabiendo que David es incapaz de controlar sus poderes, ya que estos se desbordan en situaciones emocionales límites, a las que el joven aún no puede hacer frente.

Este nuevo viaje al interior de la cabeza de David por parte de Syd Barret (Rachel Keller), Melanie Bird (Jean Smart) y Ptonomy Wallace (Jeremie Harris), hace que estos se den cuenta del tremendo poder de David. Pero solo Syd es capaz de confiar plenamente en el futuro héroe, no tanto así Wallace, que tiene sus dudas sobre lo que esconde David.

El misterio a resolver, más allá de si logran rescatar a la hermana de David o no, es saber la identidad del monstruo que aparece dentro de la cabeza de Haller. Ese extraño ser del que tengo mis dudas si es un enemigo o se trata de sus propios miedos y monstruos interiores. Por otra parte, Melanie Bird parece tener un pasado la mar de interesante, si bien ya han sido desvelados detalles, creo que aún queda mucho por descubrir sobre este personaje.

La serie mantiene el ritmo, mejorando este episodio al anterior. Además, tanto el protagonista como la puesta en escena atrapan al espectador durante sus 45 minutos de duración.