Crítica de Rojo (2018): El Thriller Argentino de la Generación del 76

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No es fácil encontrar en el cine actual Argentino una vista atrás a la convulsa década de los 70, especialmente cuando esa visión se hace desde la nueva generación de cineastas argentinos. Se necesita valor y maestría para retratar la sociedad argentina en mitad de esa década y a poco que tuviera lugar el golpe de estado de 1976. En ese punto de partida se sitúa ROJO (Benjamin Naishtat). No se trata de una película histórica ni biográfica, es tan solo un thriller con tintes de comedia negra. Que igual bebe de los hermanos Coen como de Coppola. 

Rojo se inicia con un plano abierto mantenido en el que vemos la fachada de una casa de la que van saliendo poco a poco personas que abandonan el lugar en silencio mientras extraen diferentes muebles. La escena está presidida por un incomodo silencio. El mismo silencio con el que el pueblo de argentina se ha convertido en muchas ocasiones en espectador del saqueo por parte del Estado. 

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Y de ese silencio Naishtat nos lleva al bullicio de un restaurante donde seremos testigos de una pelea entre dos tipos que discuten por la prioridad de una mesa donde poder comer. Vemos el primer contraste narrativo pero que nos sitúa ya en el juego del director y sobre el que iremos volviendo durante todo el film.

La dualidad de género fílmico que se mueve entre el thriller y la comedia negra no es la única pieza que busca equilibrio. También lo encontramos en la relación entre el protagonista de la historia, un abogado llamado Claudio, interpretado magistralmente por Darío Grandinetti y aquellos que le rodean, ya sea su mujer (Andrea Frigerio), Dieguito (Diego Cremonesi) y en especial esa relación entre el abogado y el comisario chileno (Alfredo Castro). Con Claudio nos sentimos identificados en un principio pero según transcurre el film nos llegamos a plantear dudas sobre su ética, sobre su motivación a todo lo que hace. Pero es también cómo nos plantea el derrumbe psicológico de este, cómo nos afecta y cómo muestra todos los claroscuros de la sociedad argentina reflejados en él.

En cambio con el comisario vamos a tener en un principio una relación fría y distante para poco a poco acercarnos a él y quedar en ese espacio en el que también se encontró a menudo la sociedad argentina. Con un caso a medio resolver, con diferentes lecturas según quien nos la cuente. Ahí radica otro de los éxitos de Rojo.

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Una de las escenas mejor resueltas es la que mantienen abogado y comisario  en el desierto donde se ha cerrar el caso. Esta nos trae recuerdos a la película Seven (David Fincher) pero no tanto por situarnos el desierto en el escenario sino por cómo Naishat cierra un thriller que en todo momento nos había situado en interiores, consiguiendo un efecto de sociedad cerrada en si misma sin luz, y de una manera abrupta nos lleva a la incomodidad de extraer los males a la luz del día, aunque sea en un entorno tan árido como un desierto. Curiosa similitud con la también luminosa Midsommar (Ari Aster).

Y curiosamente es en ese desierto donde nos damos cuenta que el viaje que hemos empezado junto a Claudio ahora nos está separando de él. Nuestra percepción de su actitud y de sus acciones hacia todo lo que toca ha cambiado. Y seguramente esa conexión, ese viaje, es el que el director nos plantea hacia la propia historia y hacia la sociedad de la que inescrutablemente formamos parte.

CRÍTICA DE «MIDSOMMAR»