“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!” de Oliverio Girondo, Darío Grandinetti en «El lado oscuro del corazón».
Esas son las primeras palabras que fluyen en una poesía de sombras y sensualidad orquestada por Eliseo Subiela. En esta cinta, un poeta que no cree el lado oscuro del corazón busca a esa mujer que vuele, una idea fomentada por el delirio de la perfección; y la de una prostituta, que desecha la idea de compartir su vida con otro hombre. Y lo hace en un juego de distancias, en el que los personajes principales atraviesan toda distancia para sentir que están cerca. Cada mirada al infinito es una mirada más cercana y más profunda hacia el otro. Ni la distancia ni el conocimiento es motivo para que se olviden de que hay alguien esperándoles en este mundo.
En esa búsqueda insaciable de amar y ser amado hay una mujer con un periódico que siempre busca encadenarle con un trabajo común y corriente: La muerte. Un personaje que rellena, véase la redundancia, con fuerza vital un filme que sin ella se pudriría por falta de energía. Es a ella la que le ha tocado guiar a Oliverio a fines mayores que no sean el amor o la poesía. Un juego entre el arte más humano contra el último pasaje de los seres vivos: la raza humana contra la inevitabilidad. Su director, Eliseo Subiela, ya había aprendido a dirigir el género dramático, pero en esta ocasión mezcla y destila el surrealismo creando una sensación de tristeza y arte que se funde en cada toma. Cada escena de esta película es para él una oda visual a la poesía y al amor. Este sentimiento se transforma en orgasmos con sus más y sus menos transformándolo en una montaña rusa de emociones, o en levitaciones encima de la propia cama impulsados ambos cuerpos por la irreverente fuerza sexual de ambos personajes. Sin ser autobiográfica, Subiela se rompe en pedazos y a estos los barniza con sueños, creando una ambientación onírica y melancólica.
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Subiela juega con dos géneros
Entre las bambalinas de los hechos narrados, Subiela ahoga el romanticismo con prostitutas y con poemas. Incluso en esta película sale el legendario Mario Benedetti, embelleciendo el humo enrojecido por las luces del cabaret con sus versos filtrados por el idioma germano. El surrealismo bucea en el mar metafórico que usa Subiela para asfixiar el amor más adictivo. Porque Subiela no solo juzga el amor, también pone en tela de juicio el lado más adverso del humano, la soledad. Ni sus personalidades, que aparecen en el maltrecho cuarto alquilado con el dinero de un trabajo que no quería hacer, pueden controlarlo, o al menos, guiarlo.
Subiela roza el surrealismo con el drama más íntimo. Juega con dos géneros creando una métrica, igual a la poesía. Nos hace olvidar si lo que está viviendo Oliverio es un sueño, o simplemente es la realidad. Si nos paramos a pensar, Subiela mata a la poesía dándole uso; cuando la poesía solo es para su disfrute. Podemos sentir en cada toma el amor de Subiela por la poesía, incluso nos penetra en nuestros huesos y nos encandila el corazón. Pero no solo poetiza el amor y la soledad, Subiela nos regala un drama de los de antes, de los que nos han pasado a todos. A todos nos han roto el corazón para luego poder levantarnos, reproduce segundo a segundo la ensoñación del amor y la riqueza del aprendizaje. Cuántas han acabado en el sumún de su cama, y cuántas otras han caído en la trampa incorporada en el lecho.
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Una carta de amor
Para los dañados, para los que hacen daño, para los que temen caer, para los que se han caído demasiadas veces; esta película es una carta hacia el amor más mundano y más cercano. Una medicina que se nutre de experiencias para dar un alivio a esos dolores de amor que todos hemos sentido. No te quita el dolor de inmediato; los efectos son más duraderos. Él no es nuestro confidente, somos nosotros mismos hechos de versos y sueños. Es de agradecer, que no es una película para sentir pena, ni para sentir alegría con los amigos de Oliverio; es una película para comprender y odiar a Oliverio. Nos obliga a ver nuestros actos, y saber que todo aquello que decidamos tendrá sus consecuencias con el resto de personas que conocemos. Del valle de detalles que nos regala esta película hay uno que aun siendo insignificante necesito recalcar: toda mujer arrojada por la trampa en la cama no vuelve a aparecer. Es cierto que Oliverio viaja mucho, pero es casi como una reflexión de que una vez conocemos a una persona y nos olvidamos de ella, ya no la volvemos a encontrar.
Para mí, refleja muchos sentimientos que me han acompañado a lo largo de mi vida, y me han hecho pensar el valor real de todos nuestros actos. Me he sentido lleno de felicidad con un final tan esperanzador como el que le ha ocurrido a Oliverio. Esas conversaciones con la propia muerte son sencillamente impresionantes. De hecho, supe de la película gracias a una conversación que escuché en un grupo de rap español. Siempre me he querido acercar a la poesía, y esta película roza algo tan difícil como ese arte de encriptar emociones en palabras. El lado más oscuro del corazón roza entre la metaficción y la realidad, donde Subiela sabe filmar algo tan abstracto como la poesía.