Crítica de El Justiciero (2018): Yo, por mi hija, ¡MA-TO!

El Justiciero

 TÍTULO ORIGINAL: DEATH WISH (El Justiciero) | AÑO: 2018| DIRECCIÓN: ELI ROTH | PRODUCCIÓN: SCOTT FREE PRODUCTIONS / MGM STUDIOS | GUIÓN: JOE CARNAHAN | FOTOGRAFÍA: ROGIER STOFFERS | MÚSICA:  LUDWIG GÖRANSSON| REPARTO: BRUCE WILLIS, VINCENT D’ONOFRIO, ELISABETH SHUE, DEAN NORRIS, KIMBERLY ELISE | GÉNERO: ACCION, DRAMA | DURACIÓN: 107 MINUTOS

Seamos claros: hoy en día el concepto de remake (o el de su hermanastro malévolo: el reinicio) constituyen un género cinematográfico en si mismo. La búsqueda de nuevos proyectos por parte de los estudios incluye, con total normalidad, el uso de viejas ideas para las que -insisto- ya nos hemos olvidado de las particularidades de dicha argucia: es algo completamente premeditado. Hasta el punto de que he dudado en iniciar esta crítica de El Justiciero con una referencia a dicho modelo de explotación comercial pero, entiéndanme, que sea un remake incide un poco en las consideraciones finales sobre si el film vale o no la pena. En resumen: tenemos la original El justiciero de la ciudad  (Michael Winner, 1974), protagonizada por Charles Bronson, y tenemos un remake actualizado a 2018, con Eli Roth en la dirección y Bruce Willis asumiendo el papel del ciudadano bien metido a vigilante y justiciero.

En El justiciero, la pretérita, Paul Kersey (Charles Bronson) mutaba de arquitecto y padre de familia a justiciero nocturno tras el asalto en el que su esposa resulta asesinada y su hija sucumbe a un estado catatónico. En el remake de Eli Roth, Paul Kersey (Bruce Willis) es un pacífico médico de urgencias reconvertido a justiciero nocturno cuando un robo en su hogar termina con la muerte de su esposa, Lucy (Elisabeth Shue) y su hija, Jordan (Camila Morrone), sumida en un coma. En ambos casos, y sin que sea necesario rascar demasiado en su superficie, las acciones de Kersey nos llevan a un conflicto de ideas, de ambigua moralidad, en el que la libertad choca con la venganza personal o las limitaciones de la ley ante la impunidad del criminal y sus actos. El Justiciero  no pierde demasiado tiempo tratando de ganar adeptos a la causa de Kersey lo cual a mi me parece una buena noticia.

«las acciones de Kersey en el papel de ejecutor urbano tienen una inesperada fluidez, son rápidas, tal vez involuntariamente divertidas».

En toda transformación, o viaje, incluso catarsis, de un ser pacífico a uno violento, con sed de venganza, vestido o no de repartidor express de justicia callejera, las motivaciones y el proceso lo son todo para que el espectador entienda dicha metamorfosis. Y es aquí donde El Justiciero no logra su propósito si bien se advierte, como causa mayor, cierta desidia en la narrativa y en el guión de Joe Carnahan. Los primeros minutos del film, dedicados lógicamente a mostrarnos la vida idílica del Doctor Kersey, tienen tal dosis de azúcar y tópicos que servidor estaba convencido de que aquello era una parodia. Es difícil, pues, empatizar cuando todo te parece salido de un anuncio de pizzas congeladas, familia idónea inclusive, así que cuando se sucede la escena del robo, o los primeros momentos de Kersey lidiando con el drama, casi que te da un poco igual.

Pasamos de pantalla, a ver si la transformación, la catarsis, nos va. Tampoco. Kersey se inicia en su vida como vigilante justiciero con la misma impavidez con la que transitaba por el mundo unos días antes y no nos creemos que su situación le lleve a cometer esos asesinatos, y aún menos con tan inusitada facilidad. Por lo menos las citadas acciones de Kersey en el papel de ejecutor urbano tienen una inesperada fluidez, son rápidas, tal vez involuntariamente divertidas, pero me parecía justo reconocer que por lo menos hubo algunos pequeños momentos de relieve cómico.

Ni siquiera podemos salvar los diálogos, tan aburridos como la familia de Kersey al completo, hermano inclusive (Vincent D’Onofrio), o la inevitable pareja de policías que investigan el caso, los detectives Raines (Dean Norris) y Jackson (Kimberly Elise), y aún menos los intentos poco sutiles de despertar el inevitable debate sociológico, incluso político, merced unos incisos en forma de debates radiofónicos que parecen sacados del manual básico de como juzgar al superhéroe cuando este empieza a actuar al margen de la ley. Pero ni Paul Kersey es Batman ni El justiciero una buena película. Bueno, por lo menos en eso sí triunfa el film de Eli Roth: nos queda claro que lo innecesario de algunos remakes.