Protagonizada y producida por Ron Perlman, Asher podría definir el concepto de film de acción crepuscular, y vocación noir, tan alejado del cine actual que según transcurren los minutos a uno le apetece degustar un buen vino y relajarse. Un momento, ¿es eso lo que uno espera viendo una película como esta?
Ron Perlman es un actor de aquellos que imponen. No sólo por su físico sino por una suerte de velocidad calmada que exhibía con particular acierto en los (a veces largos) años que duró Sons of Anarchy. Aquella sensación, casi ClintEastwoodiana, de que si él quiere puede zanjar dicho reposo con un par de puñetazos. Aquella sensación de que sabe lo que está haciendo. Asher, personaje y película, transitan por completo por esas sensaciones: es la mejor manera que servidor tiene de defender este film.
Asher, un asesino a sueldo en sus últimos años en el gremio, cumple con su trabajo con probada eficiencia pese a las heridas que arrastra, la competitividad laboral y los achaques colaterales de su tipo de vida. Ante todo Asher, personaje y película, cumple con los clásicos noir (aunque servidor hubiera deseado mayor cuota de escenas nocturnas): asesino solitario, ciudad poco amable (Nueva York no es la misma desde Rudolph Giuliani pero se presta a ello fácilmente) y rutinas que añaden esas pátina de elegancia. Trajes elegantes, cenas bañadas con un buen vino tinto y, por supuesto, alguna mujer atractiva que vive su particular etapa de aislamiento a mayor gloria del ingrediente final en todo noir de acción.
El problema reside en que el film no termina de despegar ni de encontrar su propósito. La premisa, incluso la trama, se prestan a ello pero la dirección de Caton Johns parece adherirse a la velocidad física de ese Asher cansado y harto, y aunque no pisamos jamás terreno tedioso si se agradecería un mejor ritmo. Y un mayor nervio. Esa baja velocidad afecta a la relación de Asher con Sophie (no entraremos en lo plausible de la misma pero me recordó a ciertos films de Woody Allen) y especialmente a la relación de esta con su madre (Jaqueline Bisset). Y eso es clave en el devenir emocional del film. Básicamente por la ausencia, casi total, de las mismas.
Entonces, ¿Asher merece la pena? Me pasé el film entero queriendo beber vino y admirando, en parte (no olvidemos que es un asesino por causa del vil metal), la parte solitaria y elegante del personaje, creyendo todavía en una vida reposada (casi… Casi del siglo XX) en la que uno puede vivir según sus propias normas. ¿Desvarío? Por supuesto que sí pero de eso va el cine, ¿no?