Este fin de década será recordada por tres fenómenos audiovisuales: El liderazgo de Marvel, la moda de los Live-Action de Disney y el surgimiento de las telenovelas turcas. Como del primer asunto hemos hablado largo y tendido y del tercero no me atrevo, vamos al del medio: El remake de los clásicos Disney y Aladdin. ¿Estás ya cansado de esta moda? Pues consuélate pensando que podría haber empezado tras el Los 101 dálmatas de Glenn Close y llevar ya 20 años con la dichosa modita. Aunque al paso que llevamos… nos va a dar para 20 años más.
NOTA: Como somos gente maja y nos gusta resolver las cosas pacíficamente, aquí te dejamos otro análisis de Aladdin, para apaciguar la riña entre redactores.
¿Qué nos vamos a encontrar en esta adaptación del clásico animado? Pues el clásico»animado. Hay algún cambio en la trama, pero básicamente se trata de un corta-y-pega plano por plano. Y llegamos entonces a la gran pregunta ¿Era necesario contratar a Guy Ritchie como director para una película que podría haber hecho cualquier director de oficio? Pues para el 99% del público potencial de la película se la trae floja que lo haya firmado el inglés como que lo hubiera hecho Pepito el de los palotes. Sólo quieren volver a ver la misma película de 1992, pero con efectos especiales. ¿Entonces? Pues me supongo que Disney lo hace para guardar las apariencias. Es una forma de justificar que no es un fraude sino que hay un autor detrás. Disney sólo se engaña a sí mismo, porque Aladdin se ha dirigido sola.
Esto es especialmente notable en la escena cumbre de la película, que todos estamos esperando desde que nos sentamos en la butaca: El paseo en alfombra mágica mientras Aladdin y Jasmin cantan A whole new world. Aquí es donde de verdad hacía falta un director que le sacara todo el partido posible y no. Ritchie le pone el piloto automático a la alfombra y, una vez más, deja que la película se dirija sola.
A la hora de elegir el reparto se han cuidado muy mucho de no contratar a rubios de ojos azules para interpretar a personajes semitas. En general bien, se parecen bastante a los personajes originales salvo Jaffar, que no termino de entender qué necesidad había de que estuviera tan buenorro. El personaje dibujado no era precisamente un Adonis, pero irradiaba carisma por todos lados. No es el caso de Marwan Kenzari, que estará todo lo cañón que uno quiera pero no es capaz de aguantar ni un sólo plano. Algo similar le ocurre a Mena Massoud, es un sosaina integral aunque al menos se parece bastante al Aladdin original.
¿Qué ver en La fiesta del cine?
Will Smith es harina de otro cantar (y nunca mejor dicho). Es portentoso lo que hace. El genio de la primera película se creó para Robin Williams y era realmente difícil superar ese escollo. Es más: Smith en ningún momento pretende emular al añorado cómico. Todo lo contrario: Hace suyo al personaje y se apodera por completo de la película. Sin duda, lo mejor de todo el film y dudo mucho que otro actor hubiera podido hacerse cargo de no ser él.
El diseño de producción deja un sabor agridulce. Por un lado, el reino de Agrabah no se parece en nada al original. En la cinta de 1992, la inspiración estaba en el arte indio y persa, más acorde con el texto original. Sin embargo aquí lo que nos encontramos es curiosamente la Córdoba califal. No termino de entender este cambio de «localización», pero por la parte que me toca no le puedo poner ninguna pega. El vestuario mantiene la inspiración «cartoon» y, contra todo pronóstico, funciona perfectamente. El problema es la cutrez con la que han implementado el CGI. Los decorados construidos artesanalmente chocan por completo con los generados a ordenador porque no hay armonía ninguna entre ambos. El loro Yago no está mal, pero el tigre Rajah y el mono Abú parecen de Jumanji.
El apartado musical es el otro punto fuerte de la película pero es que claro… estamos hablando de Aladdin. La película contaba con una de las bandas sonoras más portentosas y sus canciones la elevan al Olimpo de los mejores musicales jamás rodados. Por cierto, menuda cosecha de canciones nos dio 1992. De las mejores de los últimos tiempos. Aladdin, El guardaespaldas y Los reyes del mambo. ¡Se dice pronto! Ahora volvemos a escuchar las mismas canciones de siempre con los arreglos justos y mira, yo no me quejo. El problema viene con los temas añadidos, que no están ni por asomo a la altura de los originales. Este es un problema que el cine musical lleva arrastrando ya demasiado tiempo.
Me parece una idea maravillosa añadir temas de nueva cosecha en una adaptación musical, pero si éstos no están a la altura de los originales es mejor que se queden en la sala de montaje. Cabaret, Grease, Evita o Chicago incluyeron canciones inéditas que, como mínimo, lucían igual que el resto. Pero en los últimos años esto parece imposible. Recordad los añadidos en Los miserables o Nine para entender lo que os digo ¿Que no los recuerdas? Pues precisamente a eso me refiero. Speechless no está a la altura ni del tema más de relleno de la película original. Algo negativo tenía que tener el #MeToo.
Ahora bien, ¿merece la pena volver a ver la misma película? Pues os voy a decir una cosa: yo me pasé las dos horas que dura con una sonrisa en la boca. ¿Es la misma película? Sí. ¿Es mejor que la original? Ni de coña, pero lo mismo pasa con La bella y la bestia y sólo sonreí cuando se acabó.