Última noche en el Soho por fin llega a nuestros cines después de haber sido estrenada anteriormente en la práctica totalidad del globo terráqueo. Mi recomendación es que vayan a verla. Merece la entrada pagada. Ya habrá tiempo de volver a disfrutarla en casa. Sin duda alguna, la mejor película de Edgar Wright.
Última noche en el Soho comienza con una puerta que se abre en la total oscuridad. Por esa puerta entra bailando la delicada silueta de Eloise Turner (Thomasin McKenzie) vestida con un pomposo vestido hecho con hojas de periódicos. Suena A World Without Love. Ellie fantasea estar en una fiesta elitista en el que ella y su vestido son el centro de atención. Mientras debate ante el espejo cuál debe ser su nombre artístico, su madre se le aparece para anunciarle que algo bueno está por llegar. La han aceptado en la escuela de moda de Londres, su gran sueño cumplido.
Lo primero que quiero es hacer un aviso a navegantes… Esto no es una película de terror, si te la vendieron así, te engañaron. Esto es un thriller psicológico en toda regla. De hecho, comparte mucho con una de las películas más importantes del subgénero, Repulsión (1965) de Roman Polanski, le inspira, e incluso hace evidente homenaje en alguna escena. Y no es que no tenga elementos de terror, al igual que los tiene de musical, pero en base no se puede decir que lo sea.
Es una película de suspense, con un misterio del cual ni siquiera conocemos de su existencia en un principio. Gira alrededor de una mente enferma, o quizá no lo esté, quizá simplemente esa mente sea especial, y tenga una especie de «resplandor» (guiño, guiño), por el cual es capaz de percibir cosas que al resto de los mortales nos son totalmente imperceptibles. Habrá que averiguarlo, y por qué no, decidirlo por ti mismo, ya que creo que Edgar Wright deja, si no completamente abierta, al menos entreabierta esa puerta. Y no hablo de libre interpretación, sino más bien de que la película pide algo de comprensión del total, y también de los detalles, que en ella se muestran, para intentar discernir lo real de lo irreal. No es una película compleja para nada, está todo bastante explicado, en ocasiones diré que en demasía, pero que finalmente no insulta la inteligencia del espectador y termina por concedernos un poder de decisión acerca de su final… elígelo tú mismo.
Hablemos del montaje. Edgar Wright vuelve a bordarlo. Quiero ser fino, no obstante, no puedo serlo del todo. Me veo empujado por una fuerza interior irreprimible que me hace tener que expresar que ha vuelto a sacar de paseo público a su lustroso miembro viril. La atmósfera que crea en sus escenas más tensas es agobiante, asfixia hasta el punto de querer entrar en la pantalla a intervenir o directamente salir de la sala de cine a respirar un poco de aire fresco, no viciado. El uso del sonido espectacular, sin embargo no se queda ahí, porque los temas musicales que suenan, además de estar totalmente sincronizados con el filme, tienen una incidencia real en él, en la trama. No en vano he leído que el bueno de Edgar comenzó a gestar en su cabeza la historia de esta Última Noche en el Soho a partir de una canción que escuchaba. Como suelo hacer, os dejo el enlace a Spotify de este pasote de BSO, haciendo click aquí.
El diseño de producción, magistral. Te introduce por completo en la noche del Soho londinense de los años 60. A su misma vez, y junto con el guion y montaje, traslada el lugar y sus gentes a una comparativa con el Soho actual y su noche. El vestuario, las localizaciones, el atrezo, la iluminación, todo está debidamente estudiado y fusionado en la película hasta el punto que pasado y presente se hacen uno, de forma realmente maravillosa y bella.
Las actuaciones están en un nivel soberbio. Entré en sala para ver a mi querida Anya Taylor-Joy y salí habiendo visto a Thomasin McKenzie, de la que he de confesar, he caído perdidamente enamorado. Y es que Anya está espectacular, es todo una diva ya, y lo demuestra en cada toma. Dota a su personaje de una elegancia mayúscula y encima canta… Y cómo canta la jodía.
Lo de Thomasin ha sido una sorpresa y eso que ya me tenía encandilado con sus anteriores trabajos en No dejes rastro (2018), en la reciente Tiempo (2021) del indio loco Shyamalan, pero sobre todo en la mágica Jojo Rabbit (2019). En esta Última noche en el Soho creo que se erige ya definitivamente como una de las mejores actrices emergentes del momento. Un papel que lleva todo el peso de la película, con muchos matices y momentos en los que la cámara se clava en primeros planos de su rostro y somos capaces de apreciar lo que le pasa por la cabeza a su personaje en ese preciso momento.
El resto del elenco, totalmente en sintonía, apuesta segura en la mayoría de los casos, ya que son actores mayormente contrastados. Tenemos a Matt Smith (el undécimo Doctor Who), a Terence Stamp (me encanta Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, 1994, véanla), a Diana Rigg (Olenna Tyrell en Juego de Tronos) y al menos conocido Michael Ajao (Attack the Block, 2011) que hace una interpretación muy empática, inspirando mucha ternura, es el buen amigo y buena persona que todos queremos tener cerca cuando tenemos problemas.
No me quiero meter mucho en spoilers y voy a intentar dar un par de pinceladas de forma que creo no vaya a estropear la experiencia a nadie. Me encanta que no sea una película tramposa. Que desde el mismo inicio, con esa entrada bailando de Thomasin, ya nos están dando pistas de lo que después va a ser desarrollado. El deseo, casi necesidad, que tiene Ellie por salir de esa casa de pueblo. Ella imagina que es una diseñadora de éxito, entra en su habitación que tiene un cartel en el que se puede leer Carnaby (calle de tiendas muy rollo «vintage» del Soho londinense), y en el espejo se le aparece su madre, la cual no habla, sin embargo ella entiende que acaban de llegar buenas noticias. En efecto, lo que ha llegado es la carta de admisión del London College of Fashion. No voy a sobreexplicar esto, solo hago inciso en que de lo que le informa la aparición, es un suceso que aún no ha ocurrido.
«Tienes que mantener felices a todos estos hombres»
El juego de espejos es constante en la película. Además de estar especialmente bien realizado, si nos fijamos, podemos darnos cuenta de que en la mayoría de ocasiones, este juego de espejos entre Ellie/Sandie es falso y no existe un espejo real entre ellas. Es más como una ventana abierta por la que observa el personaje de Thomasin. El que ya haya visto la película se dará cuenta de que con estas observaciones intento dar mi punto de vista sobre lo que ocurre en el mismo final del filme. Creo que con esto basta y no hace falta explicarlo de forma más explícita.
En resumen, acudan al cine a sentir esta Última noche en el Soho. Visualmente es pura belleza, no es una película pretenciosa, para nada hermética, con buen ritmo y muy entretenida. Ya estoy deseando ver cómo se vuelve a superar Edgar Wright en su siguiente trabajo.
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