Esta película es un tren a toda velocidad que te quiere arriba de él, o no bloqueándole el camino. Para ver Streets of Fire es preciso abandonarse a su frenética vibración, mientras recordamos la rapidez de la juventud. Walter Hill nos propone una fábula, una fantasía de rock n’ roll.
Es preciso reconocer que cualquier crítica de esta película es reduccionista si no es extensa. El director, Walter Hill, ya había impresionado al público con su obra maestra The Warriors, cuyo título posee una porción de cielo en la mente de cualquier cinéfilo. En Streets of Fire, nos ofrece una fábula de rock donde predomina la estética de los ’80. Los personajes deambulan por un decorado industrial en una ciudad con autos viejos y punks con motocicletas. Con un jovencísimo Willem Defoe como villano principal y un elenco entre los que se destacan Rick Moranis (muy joven también), Michael Paré y Diane Lane; la película sabe narrarnos una historia de amor llena de acción y de canciones de rock ochenteras. Streets of Fire se destaca precisamente por la utilización del cliché. Un chico malo debe rescatar a la damisela en apuros de las garras del malvado villano.
La fábula de rock
Streets of Fire comienza con un rapto. La mujer bella, Ellen Aim (Diane Lane), que canta sobre el escenario es secuestrada por el rufián de turno, Raven, quien es interpretado por Defoe. El villano busca llevarla lejos, a su territorio, para que se enamore de él. Tom Cody (Michael Paré) debe emprender el viaje prototípico del héroe para rescatar a la damisela en peligro. Por supuesto, cualquiera puede entrever el uso denodado del lugar común, del cliché.
¿Dónde entra el rock? El rock es el agregado que distancia esta película de cualquiera de Disney y la acerca a los ´80s. El héroe es un chico malo, rudo, que se mantiene frío, distante. Es el hombre austero que en sus silencios esconde la experiencia. Al mejor estilo Stallone en Cobra. La película comienza con una canción rockera “Nowhere fast”, mientras todos saltan frenéticamente, y termina con la balada “Tonight is What it Means to be Young”. La damisela no es una princesa, es una estrella pop icon de la música, una que quiere vivir la experiencia de la velocidad, del peligro que trae intrínseco la aventura.
Una bella reverencia al espíritu de los ’80 cuando la libertad se prefería, aunque trajera consigo los riesgos del dolor. Enmarcados en una relación tóxica, Ellen Aim se debate entre quedarse con aquel novio que le hace bien (el personaje interpretado por Rick Moranis) o el hombre rudo.
La utilización del cliché, la fantasía expuesta
La estética de la película sabe mezclar varios géneros entre los que se encuentra el western y la ciencia ficción. El aspecto urbano en donde pandillas de delincuentes anárquicos confrontan con la policía puede recordarnos un poco a Robocop, o mismo a la famosa cinta de Carpenter Escape from New York, y es que el paroxismo de dichas estéticas es lo que catapulta a la película al panteón de los clásicos.
El gran mérito de Walter Hill es componer Streets of Fire incluyendo cada uno de los rasgos que conciertan la cosmovisión de su época. Como un gran resumen. El espectador se sienta frente a la obra dispuesto a inyectarse la época. Personajes estereotipados al extremo, decorados claustrofóbicos que nos alertan de la presencia del artificio, explosiones exageradas, amores tóxicos, motocicletas y villanos maniqueos, besos bajo la lluvia, canciones de vibrante rock, todo bajo la excusa de la película. Walter Hill sabe descubrir el velo de la fantasía. Al llevar al extremo cada uno de los rasgos que caracterizan las películas de la época desactiva la verosimilitud. El director satura el género y revela el secreto de la ficción. Al final, el espectador puede sentir, con razón, que acaba de ver toda una generación.