Escrita y dirigida por Sam Leviston, Nación salvaje (2018) formó parte de la competencia oficial de Sitges del año pasado. En ella, él director no guarda cartas marcadas, espetando críticas al estado de la sociedad sin tapujos. Una obra que se levanta iracunda contra el patriarcado, las redes sociales y la incoherencia moral que nos rige en tono de pastiche posmoderno.
Puedes perder tu camino entre las sombras del pasado.
—Céline.
En cierto momento de la vida, cuando ya otros nos llaman viejos, empezamos a usar esa muletilla que reclama un pasado superior al presente, Nación Salvaje recuerda: la contradicción está en que dicha evocación, nostálgica y romántica, se da en tanto se delega la tarea de un futuro mejor a la siguiente generación. Los juicios de Salem se dieron finalizando el Siglo XVII, allí nos engarza Leviston —este hijo del director de Rain Man (1988)— para dictaminar que otro linchamiento igual de demencial continúa siendo hoy posible. Sin rodeos y con un paréntesis estilo videoclip, que recuerda a Gaspar Noé, a los cinco minutos de iniciada tenemos un mini resumen sobre lo que vamos a enfrentar: matoneo, abuso, asesinato, alcohol, drogas, masculinidad tóxica, homofobia, racismo, sexismo, tortura.
Un nuevo dios



Y redes sociales, y 4chan, y 8chan, y hackeo. La vida real sigue, y Lily (Odessa Young), Em (Abra), Sarah (Suki Waterhouse) y Bex (Hari Nef) se preparan para la noche al igual que sus amigos. La pantalla se llena con un mensaje de texto: “Oye, ¿sabes que hackearon al alcalde Bartlett?”. Y cualquier espectador con menos de sesenta años entiende qué sigue. En los días que vivimos el Dios bíblico ha dado paso a uno con sus mismas características pero con esteroides: Internet. Y le adoramos su omnisciencia, indiscutible, mientras se hace aterrador por ella misma. Los hackers se instituyen como las herramientas por intermedio de las cuales este dios es el más vindicativo en la historia de la humanidad. ER0STR4TUS es el confesor incontinente, ha revelado todo, y comienzan las descargas, la masa hará memes, se reirá, se masturbará, y luego se indignará. El chequeo entre lo que se dice contra lo que se hace da error. Y las simpatías políticas atadas a esa moral dictaminada por Dios se pierden.
El mensaje del autor se va haciendo más transparente. Como partido de la Champions League por TV, Lily rompe la cuarta pared para narrar las imágenes. Así Leviston, sin corrección política, usa los diálogos para develar todo lo que va de la mano con un ‘simple’ selfie. Pero, ¿no es lo anterior obvio cuando eso es lo que se viene proyectando? Aunque mejor dudar. Porque ¿será así de diáfano para todos? ¿cuánta experiencia vital se debe haber sorteado para entender el feminismo y la sutil pero aplastante manipulación que el conjunto social imprime a las mujeres y niñas desde que nacen? Y yendo por más, el director, en lo profundo de Nación salvaje, también pregunta sobre para cuál es la misión del arte: ¿retratar la vida? Quizás es muy explícito, o pornográfico si se hace. O evidente, y aburre. O críptico, y nadie lo entiende.
De alguien nos mira a todos nos miran



El lugar común: “Yo no tengo nada que esconder” se hace un discurso doblemente contradictorio en la película. De manera u otra todos usamos una careta para presentarnos en sociedad; entonces, el primer lado de ese discurso fracasa cuando los secretos del pueblo de Salem salen a la luz para alimentar la horda que sin rostro juzga. Así entonces, la justicia de los indignados cae sobre el que pone la cara para explicar las inconsecuencias de su vida privada. Porque para Nación salvaje es claro que cada uno tiene muchas cosas que esconder.
Por otro lado, todos sin distinción siguen buscando llenar sus filias y parafilias y estúpidamente coleccionándolas en esos resúmenes humanos en los que se han convertido los dispositivos móviles. Esta última contradicción en el uso tecnológico es la metáfora que bien usa el director para hablarnos de esos dioses que todo lo saben y que juzgan con bajo el peso de una moral perfecta pero inhumana, donde uno de sus principales pecados es el gozo del cuerpo. Y como corolario se debería matar a las mujeres que no se comportan y son putas. Entonces, bajo esa premisa y en épocas del hiperegoismo sobreexpuesto ya no quedará tal “faro moral” y el poema de Niemöller —“Primero viniero por los socialistas…”— se torció aún más; porque los linchadores de hoy serán linchados mañana. Cuando lo cierto es que “no pueden vivir con las reglas que establecieron y sin embargo, siguen fingiendo”.



No obstante, Leviston deja su intento a la mitad. En cuando al fondo, patina en lo que critica de la moral puritana cuando no cumple con la promesa de irreverente que hizo al principio y la película hace una jugada de Facebook, que bloquea primero una madre amamantando que el video de la masacre en Nueva Zelanda. En Nación Salvaje lo sexual es tácito y no se ve una teta, ni un desnudo frontal, mucho menos partes íntimas de hombres; pero eso sí abundan las armas y los balazos, y sangre nos bañará. Y por el lado formal pasa algo similar, porque el montaje está lleno de juegos de artificio dentro un montaje que en muchos momentos copia el estilo del video musical, hipersaturado de color, con divisiones del encuadre que, excepto por el uso de los pantallazos de celular, es una forma visual un tanto manida al uso. O tal vez peca de condescendiente con al público al que va dirigida, y sobre la que se hizo.