Año: 2017 | Dirección: Raoul Peck | Producción: Nicolas Blanc, Rémi Grellety, Robert Guédiguian, Raoul Peck | Guion: Pascal Bonitzer, Raoul Peck | Fotografía: Kolja Brandt | Reparto: August Diehl, Stefan Konarske, Vicky Krieps, Hannah Steele | Género: Drama, biografía | Duración: 118 minutos
Karl Marx es más que nombre. Se esté o no de acuerdo con sus posiciones, las discusiones sobre teoría económica y política siguen dándose a través de su herencia. Él es un legado; sin embargo, no construyó solo cuando su amigo Federico Engels fue además su soporte intelectual y económico. Raoul Peck (I am not your negro, 2016) deleita mostrando cómo todo empezó: desde las monarquías absolutistas, el advenimiento del segundo capitalismo, el industrial, hasta el inconformismo de este par de amigos. Y sus radicales consecuencias.
1843. En una campiña alemana un grupo de harapientos recogen leños y una voz en off nos habla, en forma de parábola, sobre el valor de esa madera para el árbol, dependiendo de cuándo ella es tomada, para los recolectores de la misma, y para los dueños del terreno donde están esa leña en tanto llega la avasallante represión policial, en conjunto con los terratenientes. La edición del film deja en frente de ese texto de un joven columnista, abogado y filósofo, de cuerda hegeliana, con formas muy directas y disolutas: Karl Marx (August Diehl, Major Hellstrom en Malditos bastardos, 2009). Sus artículos en el icónico Rheinische Zeitung ya daban razón de las ideas socialistas, de su libre pensar que criticaba todo. Exacto, sus argumentos y propósitos no calaban bien a la dirigencia del momento.
Y mientras él va a la cárcel y habla de moverse a París para seguir con su tarea, nuevamente el montaje nos lleva a Manchester con sus chimeneas industriales que echan humo, y conocemos al que será su amigo y compañero de lucha eterno: Friedrich Engels (Stefan Konarske). Él está en Ermen and Engels, la fábrica de su padre, en medio de una protesta de trabajadores en la que ha habido sabotaje. Allí está la valerosa y atrevida Mary Burns (Hanna Steele, Melissa en ‘Shup Up and Dance’ cap. de Black Mirror), a la que luego seguirá para ser infantilmente presentada como su enamorada.Una licencia, como alguna escena propia del cine gag, que se toma el director de Lumumba (2000) para hacer entretenida, o más cinética, la narración de unos hechos biográficos.
Y es que El joven Karl Marx no es film que destaque por la fotografía o actuaciones. No me malentiendan. Todo está correcto, pero no se destaca. Y casi habría que insistir en que no habría porqué. Si hay que resaltar algo por fuera del guion es la dirección de arte por cuanto las locaciones, los vestidos y los objetos que vemos dotan a la narración del elemento histórico a la que pertenece. Es el guion la joya acá. Un buena historia y sencilla repleta de detalles que ilustran sobre las complicaciones, las esperanzas, las discusiones, los amigos, la forma de vivir de Karl y Friedrich. En este trabajo se ve tan natural, como debió ser, que Marx esté casado con Jenny von Westphalen (Vicky Krieps, El hilo invisible, 2018). Uno de los elementos de su vida que contrarío a la sociedad y las costumbres de la época por ser un matrimonio entre una aristócrata reformista y un hijo de abogado judío converso a luterano —para poder seguir ejerciendo—.
Como el anterior hay variados ejemplos. En El Joven Karl Marx sabremos de sus tensiones con los jóvenes hegelianos, de sus poco sociables maneras, de su dedicación a la generación de ideas. Todo mientras vemos su vida íntima, sus hijas, su especial relación con Jenny y el apoyo que esta propinaba a su labor intelectual: aportándole sus propios pensamientos y aceptando las vicisitudes que este trabajo les generaba: encarcelamientos, persecuciones, deportaciones. El primer encuentro entre los dos pensadores, los porqués y los cómos del desarrollo de esa amistad basada en admiración mutua, las diferentes formas de combatividad intelectual que les separaban, las ayudas que se facilitaban junto a las motivaciones que les agitaban. Sus vicios y virtudes. Así, pues, sabremos sobre la Liga de la Justicia —no esa donde el presidente es Batman— y la importancia que tuvo para este par de jóvenes y el cómo ellos la transformaron en la Liga Comunista después de el gran trabajo a cuatro manos llamado El Manifiesto Comunista.
Se dice que un buen retratista es ese capaz de reflejar rasgos de la personalidad y del ser cuando su lente atrapa una mirada, un gesto. Raoul Peck es entonces un excelente retratista que en una historia cotidiana en la superficie nos va enterando de los pensamientos, de las maneras, de las reacciones, de las relaciones que llevaron a las ideas que este par de hombres produjeron para impactar de la manera que lo hicieron los siglos que les siguieron. La película también deja extrañas preguntas: si hoy estamos muchísimo más conectados que hace 200 años, ¿cómo puede ser que el intercambio de ideas se sienta menos fluido? La promesa de Internet no se está cumpliendo y sí hemos llegado al reducidor onanismo intelectual en cuanto encontramos enemigos a todo el que piensa diferente. Y queda una crítica a los de Izquierda, más a cualquier otro colectivo, ¿dónde quedo la crítica y el análisis subversivo del mundo, la Izquierda incluida?