Estrenada en el festival de Cannes de 2018. Nominada al Oscar a mejor largometraje de animación, compitiendo con los grandes productos Hollywoodienses. Los hermanos Kun y Mirai han mirado de igual a igual a Spiderman, Ralph y la familia increíble. Sólo con eso te puedes imaginar el nivel de la última propuesta de Momoru Hosoda: Mirai, mi hermana pequeña.
Seguramente una de las primeras sensaciones que te produzca Mirai, mi hermana pequeña es que quizás sea una película impensable en Occidente. Y no porque trate de nada impensable, sino justo por lo contrario. Aquí no pasa nada. Lo importante para Hosoda no es tanto el qué sino el para qué. Nos cuenta cómo afecta a la estabilidad emocional de un niño la llegada de una hermana. Nada menos y nada más. No hay mutantes, ni super héroes, ni explosiones ni grandes aventuras. No es Pixar ni Disney. Es… otra cosa. Lo que en occidente daría para una película de Sundance, en Japón es una película de animación de clase A.
Seguramente pensemos que en el cine oriental prima el espíritu sosegado, donde prevalece la evolución psicológica de los personajes por encima de la trama. Bueno, eso es aplicable a Yasujiro Ozu pero difícilmente a John Woo. Asia es enorme y muy heterogénea. Aunque pensemos que China, Japón y Corea son como Comunidades autónomas, la realidad es que son más bien el tocino y la velocidad. No obstante, Mi hermana Mirai sí es “ese” tipo de cine.
Hosoda aprendió bien de su maestro Miyazaki sobre cómo tener pegado a la pantalla al espectador durante toda una escena en la que la trama no avanza, pero sí sus personajes. ¿Recuerdas el viaje en tren de El viaje de Chihiro o el ascenso por las escaleras de palacio de El castillo ambulante? ¿A que atrapó tu atención por completo? Fíjate que, en propiedad, son dos secuencias que de haberse caído en montaje la película no se hubiera resentido. Hosoda maneja perfectamente el ritmo de sus escenas naturalistas y oníricas para que la atención no decaiga. Quizá no con la poética de Miyazaki, pero tampoco lo pretende.
Una de las marcas de identidad del anime consiste en la atención a lo cotidiano. Por supuesto, con el detallismo, horror vacui y minuciosidad propia de la cultura nipona. Incluso en la película más fantástica e imposible, vamos a encontrar reproducidos cada uno de los detalles de la vida cotidiana de un japonés medio. La recreación del entorno es una de las diferencias más llamativas entre la animación oriental y la occidental (una de tantas, la verdad). Es, por tanto, uno de los elementos estilísticos del anime que más nos llaman la atención a este lado del mundo y Mi hermana Mirai no es una excepción.
CINÉFILOS FRUSTRADOS PODCAST: 2X05 FESTIVAL DE SITGES 2018
Desde los libros sobre arquitectura de la biblioteca que existen en la realidad hasta cómo el perro de la familia puede llegar a sacarte de quicio cuando se pone intenso y tú sólo quieres descansar. La vida cotidiana está milimétricamente descrito. Y, vuelvo a repetirlo, nos choca tanto en películas realistas como en las fantásticas. En el primer caso porque es lo que esperaríamos en una cinta de acción real, no de animación. En el segundo… porque simplemente no lo esperaríamos.
Pero, por encima de todo, la principal marca de fábrica del anime es la de llevar dos décadas despreciando la animación 3D. Poco a poco van incluyendo algunos detalles hechos a ordenador, pero no más que eso. Es un sí pero no… bueno… un poquito sólo. Aun así no están bien implementados y el contraste entre los elementos infográficos implementados en la animación tradicional duelen a la vista. No es ya una cuestión estética, el problema es que es tan evidente el contraste que te saca de la película y sólo puedes ver el elemento en 3D que choca con el resto. No terminan ni de abrazar el nuevo lenguaje pero tampoco lo desprecian del todo. Lo marean con un si pero no que definitivamente es no. En el cine, como en la vida, no se puede “meter sólo la puntita”. O la metes entera o te la guardas (Que viene a ser lo que Yoda dijo de manera más elegante: Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes).
Por último, destacar el valor de documento sociológico de esta película. Japón, que en tantos aspectos va por delante, en igualdad de género aún le queda mucho por aprender. Mi hermana Mirai nos muestra cómo, poco a poco, el varón va asumiendo la corresponsabilidad en las labores familiares. Poco a poco, vuelvo a repetir… pero seguramente, esa Mirai del futuro de la película vea un Japón muy diferente para las mujeres del que ve ahora.