Crítica de Fin de siglo, de Lucio Castro : El amor no entiende de tiempos

Dirección y Guión: Lucio Castro | Música: Robert Lombardo | Fotografía: Bernat Mestres | Reparto: Juan Barberini, Ramon Pujol, Mía Maestro

Desde Argentina nos viene la interesante Fin de siglo de Lucio Castro, uno de los debuts más importantes de este 2019.

El paso del tiempo, siempre ha sido objeto de estudio por parte de grandes creadores cinematográficos. No pocos autores se han lanzado a analizar las evoluciones, los cambios, y los errores de nuestro pasado, para plasmar con cierta frialdad, cinismo o incluso esperanza, el presente – y sobre todo – nuestro futuro. Y como no, las relaciones de pareja, no podían escapar de este tema tan metafísico, complejo, y estimulante.

Fin de Siglo 01

Desde Godard y Rohmer, pasando por Antonioni, o simplemente, con ejemplos más recientes, como la ultima película de Noah Baumbach, el ojo del cinematógrafo se ha posado en los orígenes de la relaciones, y los tumultuosos desenlaces del hastió, el desamor, el miedo, o el egoísmo, hasta derivar en un final poco feliz, o como mínimo, lleno de más dudas que al principio de la odisea. Lucio Castro, el director que hoy nos ocupa, entiende de esto, pero decide darle una vuelta al tan manido concepto de las relaciones amorosas, para apostar por una narrativa no lineal, rota en saltos temporales, que sorprenden como yuxtaposición a largos planos con mucho acting y planificación fija.

Fin de Siglo 02

Fin de siglo arranca con ocho, un argentino que «persigue» a un chico que acaba de ver por la ventana de su casa. Persiguiendo lo imposible, como aquel héroe extraño de «En la ciudad de Sylvia», realiza una rutina que cualquier barcelonés conocerá bien : paseo por el casco antiguo, baño en la playa, y descansar en casa. Cuando por fin consigue entablar conversación con el chico, ya en su casa, y pasan el día juntos, se dan cuenta que ya se conocían desde hace 20 años.

Fin de Siglo 03

Y aquí la película, empieza a romper los arquetipos lógicos del cine más lineal. El pasado, difuso, esquivo y puramente subjetivo, entra en primer plano alimentando a lo visto en el presente. Todo lo visto con anterioridad, obtiene una profundidad inmensa, y la tesis de la película empieza a meterse en nuestro inconsciente, remarcando lo azaroso y sobre todo, humano, que hay detrás de nuestros comportamientos, por muy errados o arrepentidos que podamos estar de ellos.

Decía Renoir que uno no ha de copiar la realidad, sino recrearla, en una pantalla. Y Lucio Castro sigue esta doctrina al pie de la letra. Los largos planos generales dejan espacio a los personajes para que les contextualicemos sin artificios. Vemos sus incomodidades, sus gestos, o sus inseguridades, como si se tratasen de una única pieza uniforme. Pero es gracias al montaje, cuando descubrimos que esas piezas uniformes son la unión de muchos hechos supuestamente aislados, pero que en el universo creado de la película, colisionan de forma atómica.

Y tiene mucho mérito conseguir esto, con tan solo 85 minutos de metraje, dos actores principales -y un secundario – con un presupuesto limitadísimo, y 3-4 interiores contados. Es un ejemplo perfecto, de que para hacer cine, hace falta idea, talento, ganas, y menos excusas. Un muy interesante debut, que esperemos, pueda tener una continuación con otro largometraje, en el que la producción no limite – o acote – el talento de su director.