Tom Hardy protagoniza a un Al Capone moribundo en Capone, el biopic dirigido por Josh Trank sobre el último año de vida del famoso gángster.
Los biopic son algo que, especialmente en los últimos años, han gustado mucho a la industria de cara a las entregas de premios y como reclamo fácil para lograr filmes no tan costosos de producir y con buenos resultados entre crítica y taquilla. Sin embargo, no siempre es fácil dar con la tecla, «traer de vuelta» a una persona y que interese. Hay veces que la visión del director no concuerda con el personaje, el público no se entusiasma o, simplemente, el enfoque no funciona. Desgraciadamente, Capone tiene de las tres cosas y arma un tedio de casi dos horas sobre un muerto que está vivo.
«Tras pasar 10 años en prisión, el gánster Al Capone, de 47 años, comienza a sufrir de demencia y su mente comienza a ser acosada por los recuerdos de su violento pasado». (FilmAffinity)
En 2012, su director, Josh Trank, tras rodar la exitosa Chronicle con tan solo 28 años, se alzó como una de las personalidades con más talento en ciernes de la industria. Una promesa por la que apostar una película de muchos millones y apadrinarlo para que llene las arcas del estudio. No pasó mucho tiempo y el director ya trabajaba en otro título, encima una de superhéroes. ¿Cuál fue el problema? Que aquel fue uno de los mayores desastres de la década: Cuatro Fantásticos, o en otras palabras, la zanja de cualquier director. La crítica no dudó en lapidarla sin compasión y el público, que tampoco mostró mucho interés, llenó las redes de burlas sobre la escasa calidad del filme. El pobre Trank vio como su carrera se vino abajo y recogió los restos para remontarla a duras penas; y, sinceramente, me encantaría escribir que el resultado no podía ser mejor o que, al menos, se recupera el buen camino… Pero en absoluto, más bien lo contrario.
«Una película que no sabe si va al drama o a la comedia».
Capone debía ser un biopic despiadado sobre uno de los genios criminales más relevantes de la historia, alzado a leyenda con los años. Es obvio, ¿no? Si adaptas a una persona, debes recoger lo destacado e impregnarlo de alguna forma; en este caso, a través de sus metodos violentos, cómo lo montó y su psyque. Sin embargo, el director se va a los cerros de úbeda y nos trae una especie de Lynch descafeinado -de hecho, el Director de Fotografía es el mismo-, con un Hardy languideciendo y una historia inerte, a medio camino entre lo real y la alucinación, y con Lynch solo en el recuerdo, por asemejarla en algo. No comienza mal del todo y consigue, en gran parte a través de su música -lo mejor del filme-, sumergirnos en la época del Capone crepuscular, con su imperio desmontándose y el genio venido a menos… hasta que empieza la sucesión de disparates.
Es una pena, porque podrían haber hecho un filme muy interesante sobre el final de Al Capone y cómo empezó a asomarse el futuro del resto -de hecho, se vislumbra una buena intención muy al fondo-, pero, sin embargo tenemos una película que no sabe si va al drama o la comedia, si quiere ridiculizar u homenajear, pero que simplemente se siente que la ha ‘cagado’ en todas sus decisiones. Y ya no solo eso, es que Capone muestra lo más absurdo de su historia e incluso fuerza la comedia involuntaria -la entrevista donde Hardy empieza a tirarse pedos delante de los agentes, poniendo caras raras mientras todo el mundo está apestado, sería un buen ejemplo-. Un despilfarro total para rodar secuencias carentes de sentido y una historia previsible que solo da vueltas en su absurdo para rellenar metraje. Ni siquiera se avanza en las subtramas que podrían resultar más interesantes, como las llamadas de su hijo, tan solo en los vaivenes mentales de una muerte anunciada.
Por su parte, Tom Hardy realiza una interpretación para el olvido. Se agradece su voluntad por introducirse dentro de la mente del Al moribundo, pero sus caras y expresiones, por no hablar del maquillaje, hacen que el resultado sea entre gracioso y ridículo; no ayuda un montaje donde a veces la intención resulta más la comedia que el drama -hay una secuencia donde se monta más de quince veces, no exagero, el mismo plano de Hardy estupefacto, con cara de fliparlo… y las risas salen solas-.
Y ya, por decir algo bueno, la película no está mal rodada. Trank, aunque no genial, sí es hábil con los planos y sus movimientos; sabe darle dinamismo por cámara y montaje y consigue, por lo menos, no hacer que la experiencia sea aburrida. Es un sinsentido total, pero no se siente ladrillo, lo cual se agradece viendo la flojedad de lo que hay delante.
En definitiva, es una pena que Capone sea un filme tan, tan flojo. Era una buena oportunidad para contar la historia de esta personalidad, sus motivaciones y sus miedos, y si nos vamos a la raíz probablemente su premisa sea interesante; pero la película incide en las cosas más insustanciales, se pierde en sí misma y no sabe tomarse en serio. Es posible que sea el final de Josh Trank como director de películas de gran presupuesto, al menos a corto plazo, dos batacazos monumentales y consecutivos son una gran losa para cualquier persona, aunque el tiempo lo dirá. Si sois muy fans de la vida de Al quizás encontréis cosas que os hagan la experiencia placentera, pero si solo os acercáis aquí como espectadores que buscan una película, probablemente Capone no sea la mejor opción.
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