James Wan vuelve al género que le vio nacer con Maligno, uno de los delirios autoconscientes más estimulantes de los últimos años.

Los años pasan factura a todos los géneros, pero hay algunos casos en que esta tendencia afecta más a sus códigos intrínsecos. El terror es el ejemplo más peligroso de esta idea. Cuando hablamos del horror hablamos de slasher, home invasion, zombies, monstruos varios, jumpscares… que dentro de un género convivan tantos subgéneros notifica una clara problemática (que en cierto modo es positiva) dentro de este tipo de cine. El terror cuenta con un fiel público no mayoritario que se deleita con historias imposibles que despiertan sus mayores medios. Esto, desde un punto de vista romántico, es lo ideal, pero es inevitable poner el foco en el gran público, reconocido enemigo de este género.

El hecho de que dentro del terror encontremos tantos subgrupos muestra una clara necesidad de atraer al gran público a través de distintas herramientas (los subgéneros que he especificado brevemente con anterioridad). Es muy posible que tú, espectador, no se sienta atraído por el terror, pero igual sí que te atrae la posibilidad de disfrutar de una película de zombies o un home invasion. Partiendo de esta base que pretende sentar las bases de mi idea, Maligno se carga todo esto y hace lo que quiere.

Maligno

James Wan, reconocido director de Saw, Insidious y Expediente Warren, vuelve al género con el que nació su figura con Maligno, un delirio horroroso que evoca desde el giallo italiano al cine que el propio Wan popularizó. El popurrí de subgéneros, estilos visuales y recursos sonoros (la banda sonora es una locura) que encontramos en Maligno fácilmente escandalizará al más cristiano de los espectadores, pero deleitará hasta un punto casi erótico al friki más apasionado.

Las anteriores cintas de James Wan beben de clásicos del género como Poltergeist o The Exorcist, ya sea por su narrativa (familias acechadas por una fuerza sobrenatural) o por su estilo a la hora de asustar al público. Es más, el concepto jumpscare, que existe desde hace más de 50 años, llegó a su cúspide (comercial) con Wan, maestro indiscutible del jumpscare. Ahora se le considera un recurso burdo y trillado. Ahora bien, hace diez años el terror vivía en un sueño criogénico que apenas despertaba emociones en el espectador. Wan hizo de este recurso el gran arma de Insidious y Expediente Warren, y diez años después nadie ha conseguido emular ese nivel.

Maligno es otro tipo de Wan. Tiene pinceladas de sus obras maestras (los jumpscares vuelven a ser top), pero aquí el gore y el delirio son protagonistas de una película que no pretende nada más que provocar el gozo del público más minoritario dentro del horror. Lo consigue, obviamente, porque logra ser todo lo que pretende ser y no caer en la estupidez. Es una historia absurda, pero que se esfuerza tanto por sonar creíble que lo acaba logrando.

Maligno

Otro modo de ver Maligno es como una casa del terror en que cada escena es independiente y simplemente busca aterrorizar al espectador. En la gran mayoría de los intentos lo consigue, aunque la estupidez de sus personajes no ayuda a que logremos empatizar con las situaciones. No obstante, el gran manejo de Wan con la cámara logra colocar siempre al espectador donde le interesa al director. Incluso presenciamos secuencias verdaderamente memorables, como lo es cierta escena que sucede en una cama en frente de un letrero de neón rojo.

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Pocas actividades más inútiles pueden haber como intentar convencer a un espectador medio de que Maligno es maravillosa. Resulta engorroso, pero lo mejor es optar por la indiferencia. Fácilmente será considerada un bodrio. Sin problemas. Los que sabemos disfrutar del absurdo cuando se hace bien gozaremos de una obra autoconsciente, original y desvergonzada.