Modelo 77 confirma el mal momento del cine español. La nueva película de Alberto Rodríguez es un drama desdibujado y arquetípico que no evoca a ninguno de sus grandes trabajos.
Alberto Rodríguez vuelve al cine seis años después de El hombre de las mil caras, una de sus mejores películas. En esta ocasión, nos trae una historia de prisiones en la España de la transición, época fetiche para el director sevillano. Este drama carcelario con tintes de thriller es Modelo 77, cuyo título hace referencia directa a la mítica cárcel barcelonesa. Tras sus muros nos encontraremos una serie de personajes característicos de la España postfranquista.
La premisa de Modelo 77 no podría ser más interesante. El director de La isla mínima dirigiendo a Miguel Herrán (estrella juvenil patria), Javier Gutiérrez (uno de los cinco mejores actores españoles) y Jesús Carroza (secundario de lujo) en un film histórico que saca a la palestra las grandes vergüenzas de España; en cierto modo, es volver a la obra maestra de Rodríguez (cambiando a Jesús Castro por Miguel Herrán). Muy a mi pesar, el resultado final no podía ser más decepcionante.
Alberto Rodríguez no parece ser Alberto Rodríguez. La rabia y potencia visual que desprendía La isla mínima por todos sus poros aquí se convierte en indiferencia y pasividad. Las imágenes no logran buscar alojo permanente en la retina del espectador y las historias que vivimos dentro de la Modelo no son ni interesantes ni cautivadoras. En aquel thriller policiaco ambientado en las marismas del Guadalquivir todo era magistral, tanto los apartados técnicos (Rodríguez repite equipo, pero están todos con el piloto automático) como en el reparto de intérpretes (Miguel Herrán no es Raúl Arévalo). Me esperaba un film rabioso que hibridara los mundos de Celda 211 y de La isla mínima, pero todo lo contrario. El mundo de Modelo 77 es estéril y vacuo.
Suelo decir que España es una nación por descubrir para su cinematografía. Esta idea ha sido puntualmente cuestionada gracias a grandes cineastas que se han dispuesto a desentrañar la historia de nuestro país. Alberto Rodríguez ha sido uno de nuestros mejores exploradores por traernos de vuelta la transición española, la expo del 92 en Sevilla o el caso Paesa, por lo que era inevitable ilusionarse con su aproximación a la Modelo. No obstante, este acercamiento a finales de los años 70 no logra calar en el espectador. No consigo empaparme con esa España casposa, corrupta y, a su vez, ilusionada.
Como he dicho antes, Miguel Herrán no es Raúl Arévalo. El joven intérprete ganador de un Goya por A cambio de nada no consigue echarse a sus espaldas el peso de un film que requiere de una gran interpretación de su protagonista para lograr subsistir en su emoción. Eso sí, Herrán no es el único culpable de esta situación, ya que el guion no acompaña con un personaje típico, con apenas trasfondo y de convicciones inciertas. En ese sentido, Javier Gutiérrez destaca más, tanto por su incuestionable figura como por encontrarse con un personaje más carismático, interesante y estimulante. La descompensación es tal que con el paso de los minutos desestabiliza el pulso narrativo de Modelo 77.
Los secundarios tampoco ayudan. A pesar de contar con nombres como Jesús Carroza, Fernando Tejero o Xavi Sáez en su extenso reparto, Modelo 77 no logra que los recuerdes tras los títulos de crédito. No estamos ante el Julián Villagrán de Grupo 7 o el Manolo Solo de La isla mínima, para entendernos.
La era instagram está afectando demasiado a nuestro cine. Las leyes de la frontera y El Niño son un ejemplo claro de esta tendencia. Protagonistas guapos en papeles que no les corresponden. No funciona, ya sea por dotes interpretativas o porque directamente no te los crees. Por otro lado, la estilización de la crudeza y el dolor no ayudan a que conecte más con el espectador, sino todo lo contrario. Grupo 7 es un caso único de cómo un protagonista guapo puede mimetizarse en un personaje complejo con un mundo crudo y real a su alrededor. Pero claro, hablamos de Mario Casas en uno de sus mejores trabajos.
Modelo 77 peca de ser demasiado inocente en sus intenciones. Hablamos de los años tras la muerte de Franco, no del nuevo siglo. Las drogas, la delincuencia y la corrupción eran la tónica habitual de la sociedad española, y pasarlas por un filtro de Instagram no ayuda a nadie. El público cambiará su percepción de la historia y el film perderá en credibilidad y seriedad.
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Modelo 77 no es la mejor película de Alberto Rodríguez. Ni siquiera está entre las tres mejores, pero tampoco podemos decir que sea mala. Eso sí, es decepcionante, no aporta frescura a un cine desgastado como el español y desaprovecha una ocasión de oro para plasmar un momento único en nuestro país. Nuestra industria debería plantearse si el camino de conformismo juvenil que ha tomado para llegar a su público es el mejor para elevar a su cinematografía. El pasado nos enseña que nuestro mejor momento no era con un filtro de Instagram, sino con crudeza y realismo. Volvamos a esa senda.