Fantasías de un escritor, adaptación de la novela Engaño de Philip Roth, llega a nuestras salas el próximo 3 de junio tras su paso por el Festival de Cannes. Una elección de casting cuanto menos curiosa, así como una elección formal dialogada que debe advertirse en nuestra crítica, marcan esta aproximación de las mencionadas fantasías de Roth.
La prolífica trayectoria de Philip Roth (1933-2018) tiene en Engaño (Deception, 1990) la primera ocasión en la que el de Newark utilizó su propio nombre en una novela de ficción. El protagónico Philip (por supuesto un famoso escritor estadounidense), durante su exilio en Londres, mantiene un romance con una inglesa a finales de los años ochenta. Sus conversaciones, antes y después de sus relaciones sexuales, centran la narrativa de una novela que ha merecido esta adaptación, Fantasías de un escritor, a cargo de Arnaud Desplechin.
De entrada sorprende la elección de Denis Podalydès como Philip, el amante maduro y culto, pero también capaz de hacernos creer que mantiene un romance con su amada, una juvenil inglesa de clase alta, en esos días asépticos de la Londres ochentera. La elección de Léa Seydoux, estrella del cine francés, ya nos cuadra más y aunque parece sacada de uno de los personajes de Kieslowski, es creíble como musa con la que Philip podría perder la cabeza durante un tiempo. Regresando a nuestro punto sobre Podalydès, y para ser francos (sin dobles lecturas aquí), mejor remitirse a la percepción del espectador pero por momentos es cierto que es un romance de los que cuesta un poco creer. Un poco.
Podemos, eso sí, advertir de la elección formal (basada en la novela, por supuesto) de Fantasías de un escritor: se trata de un continúo de conversaciones racionadas en doce episodios. La mayoría de las ocasiones (la inmensa mayoría), reposadas, entre ambos amantes antes y después de sus encuentros sexuales. Son diálogos que no merecen crítica alguna por su calidad, siquiera por el tamiz irreal de muchas de las escenas (ella, de hecho, sugiere una suerte de personaje ficticio, un sueño), pero que pecan de munición emotiva, garra o cualquier otra distinción alejada de lo reposado que les venga a la mente.
¿Supone esto un problema? Como adaptación cinematográfica debemos ceñirnos a lo que estamos criticando en este artículo pero conviene señalar que se trata de una apuesta narrativa que puede empalagar. No se trata de una comedia francesa al uso, entre otras porque no hay un solo gramo de comedia en ella, pero sobre todo porque parte de una premisa que podría sugerir un género del que se aleja por completo. Esa presencia de personajes bien curtidos en lo monetario, con aparente tiempo libre, profesiones artísticas y vidas en barrios pijos de grandes ciudades, alenta a esas comedias francesas (incluso a esos films de los ochenta y noventa de Woody Allen) pero siquiera pisa ese terreno una sola vez.
Una duración agradecida (unos cien minutos) y una nueva elección formal curiosa en estos tiempos (un personaje estadounidense y otro inglés hablando en francés, en un mundo completamente hablado en francés, como cuando el maestro Wilder criticaba lo raro que era eso, aunque al revés, en la gran Ariane) completan esta particular, y no para todos los gustos, Fantasías de un escritor.