Vasil, el debut de Avelina Prat en la dirección, nos trae a un búlgaro tan afortunado en sus habilidades para el juego y la cocina como desafortunado en su situación social, próxima a la indigencia, y tan sólo apoyado por un jubilado con algunas malas pulgas. Vasil llega a nuestros cines el próximo 4 de noviembre.
Avelina Prat, en su debut, inicia Vasil con una escena cercana al in media res en la que el personaje de Karra Elejalde habla con su hija acerca del búlgaro que tiene viviendo en casa. Se nos asoma, diría uno, un drama urbano sobre la integración de un extranjero sin medios. Al poco de aparecer Vasil, el búlgaro, con su semblante serio y sin duda marcado por la frialdad de su origen y situación social, reafirmamos lo que parece esto. Hasta que, en determinado momento, Vasil suelta que esta noche tengo partida de bridge. Ah, amigo.
Así que Vasil (Ivan Bernev) sigue yendo de lo anticipado, eso sí, a saber: el citado búlgaro, de pocas palabras, es un sintecho recién llegado a España, cobijado en casa de Alfredo (Karra Elejalde), un arquitecto jubilado, quien con su digamos escasa habilidad para la comunicación (lingüística y humana), y la ayuda de su hija (Alexandra Jiménez), y su ex (Sue Flack) intentarán insertar a Vasil en la sociedad. Pero ese toque inicial, ese apunte cómico insertado en ese momento para rompernos el esquema y avisarnos del tono mezclado del film, se mantiene en el en dosis altamente satisfactorias pues no afectan la balanza entre drama y comedia.
Vasil se antoja amena, y por supuesto justa en su duración (apenas 90 minutos), merced a esa balanza: el inevitable camino a transitar, esto es, el acercamiento y entendimiento de Vasil y Alfredo, así como el desarrollo de sus personajes, se torna en una suerte de mitad de lo propuesto por Avelina Prat. La otra mitad, sin duda, es el más crudo tema de la inmigración y como encajamos la misma en nuestro sistema social y económico. Del mismo modo el film consigue balancear ambos prismas en una afortunada mezcla.
La dificultad de Vasil y Alfredo para entenderse (aunque el segundo tiene aquí mucha culpa), y encajar dos culturas tan dispares, se metaforiza en la trama de las dificultades de Vasil no sólo para conseguir un trabajo o entenderse (aunque habla un español más que correcto), sino que incluso le afecta en algo tan banal como jugar al bridge en un club. No le quieren. No saben nada de él y le temen. ¿Les suena? Sí: Prat utiliza un club de bridge, de cierto lujo además, para arreciar al perenne problema de la integración.
Si algo negativo podemos rascar en Vasil (película, que no el hombre: es un cúmulo de habilidades y hasta de reflexión, ojo a las historias que cuenta) es que, a fin de cuentas, el film se queda algo corto en lo que pretende contarnos. Se prescinde de lo emotivo (y no se debe a la búsqueda de algo crudo) y de una trama más precisa aunque reconocemos unos diálogos decentes y una dirección de actores certera. Vasil llega a nuestros cines el próximo 4 de noviembre.