Mass, debut de Fran Kranz como director, llega a nuestros cines el próximo 1 de abril: un drama con cuatro personajes y una premisa absolutamente desgarradora.

Si algo demuestra Mass, no sólo durante su disfrute y sufrimiento durante 110 minutos que pasan volando, sino especialmente cuando asoman los títulos de créditos al final, es que el debut de Fran Kranz tiene un doble mérito. Por un lado uno sale del cine convencido de haber visto una muy buena película pero, por encima de todo, el mérito se multiplica cuando meditamos acerca de lo que supone debutar con semejante ejercicio dramático. Kranz, curtido en televisión (tuvo un papel fijo en la interesante Dollhouse de Joss Whedon) y cine desde hace más de veinte años, no sólo encabeza los títulos de crédito como director sino que también debuta como guionista.

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En este particular eso es aún más notorio: Mass es un film establecido, desde lo formal, como un puro ejercicio de diálogo. Y estos son, junto a las interpretaciones de los cuatro actores principales, el sustento dramático y absoluto de esta película. Kranz, sin embargo, dedica una suerte de prólogo en el que nos introduce en situación: una iglesia, personal de la misma preparando una sala de reuniones para dos parejas que llegan por separado y, por encima de todo, la sensación de que se trata de un asunto particularmente delicado. Un desglose, casi un proceso de inmersión, que empieza con los dos voluntarios de la iglesia, posteriormente con la intermediaria de la reunión y finalmente con el inicio -tibio, tenso, estremecedor si uno no ha leído la premisa del film- de dicho encuentro.

Mass aborda una reunión, a dos partes, entre dos matrimonios absolutamente destrozados tras las respectivas muertes de sus hijos en un tiroteo escolar ocurrido en un tiempo relativamente reciente. Por un lado los padres de una de las víctimas y por otro los del tirador. Kranz no rehuye dotar a los diálogos de explícitos sobre hechos que ambas parejas conocen y permiten al espectador adentrarse en los hechos. Sin embargo, más allá de lo necesario que es para nosotros y la necesaria empatía con los personajes, esa información jamás entra en lo redundante pues se inscribe en el propósito de la reunión, y por extensión, de Mass: la necesaria confrontación personal con el fin de sanar, o cuanto menos intentarlo, las heridas emocionales de la tragedia.

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Kranz no enarbola, en absoluto, un film complejo. Es el triunfo de la simplicidad emocional en el que el dolor de cada uno de los cuatro personajes, y en especial los padres del chico asesinado, logra momentos de inesperada catarsis. En ello es esencial el trabajo del propio director y de los actores en cuatro magníficas interpretaciones. Las de Ann Dowd y Reed Birney, y en especial las de Martha Plimpton (mito andante del star system adolescente de los años ochenta) y Jason Isaacs, interpretando a los padres de una de las víctimas del tiroteo. Su dolor no es de puro llanto, no es siquiera reciente, sino algo adherido a su piel y que los ha convertido casi en en seres sin vida emocional.

La catarsis, esa necesidad de librarse del dolor, siendo este más nocivo que los hechos que lo ocasionaron, no es sólo aquello que necesitaban esos padres sino lo que dota a Mass de un propósito narrativo y emocional. Y sin que uno se atreva a equiparar ese propósito con nuestra propia revelación afectiva al terminar la película, personajes y espectador abandonan la sala con una particular sensación de recuperación emocional.