Rebecca Hall debuta en la dirección con la adaptación de la novela de Nella Larsen sobre dos mujeres negras en el Nueva York de los años 20. Mejo dicho, sobre el ascenso social de una mujer negra dentro de la comunidad negra y el de su amiga de la infancia, ahora casada con un racista blanco de la alta sociedad. Por cierto, se llama Claroscuro.
Passing (el título original) hace referencia a cuando a una persona pertenece a un colectivo minorizado pero «no se le nota». Lo típico que uno escucha de «huy, pues no sabía que era gay porque no lo parece». Casi siempre hace referencia a la homosexualidad, pero nos cuenta una historia completamente desconocida en estos lares: Las personas negras que se hacían pasar por blancas para sobrevivir en Los Estados Unidos de principios del siglo XX. De hecho, sorprende la elección de Ruth Negga para interpretar a una chica del Bronx que «blanquea» su imagen para ascender socialmente.
No hay «passing» posible puesto ya no es una cuestión de nivel de melanina sino de rasgos faciales. Por más que se tiña el pelo y se blanquee la piel (la fotografía en blanco y negro ayuda bastante), la estructura de su cara no esconde su origen etíope. Engaña a todos los personajes en la película… pero no al espectador; que continuamente está preguntándose cómo todo el mundo cae en el engaño cuando lo único que ha hecho es teñirse el pelo.
Quizá Rebecca Hall lo que nos quiera decir es que da igual cuánto te disfraces, siempre serás aquello que eres, pero la suspensión de la credibilidad se ve bastante comprometida. Aún así, la historia que cuenta está basada en las vivencias personales de la escritora Nella Larsen; puesto que su propio abuelo recurrió a este engaño durante bastante tiempo de su vida.
Por lo demás, ninguna pega a las actrices. Los laureles se los está llevando Ruth Negga; sin embargo, a mi entender, Tessa Thompson tiene un papel más difícil. Se me escapa si Negga ha trabajado especialmente a nivel de dicción o sociolecto (esa palabra existe, se refiere a cómo varía el idioma según el estrato social). No habla igual Carmen Lomana o Tamara Falcó que Belen Esteban o Jesulín de Ubrique, por ejemplo). Lo cierto es que Thompson tiene un papel menos lucido pero más complejo. Parece que «no hace nada» y eso es muy difícil. No tiene ningún momento de lucimiento interpretativo, algo que es toda una prueba para cualquier actor. Podría desaparecer del plano y, sin embargo, eres incapaz de quitar los ojos de ella. Minipunto para Tessa Thompson.
A nivel técnico es una gozada. La fotografía es exquisita, en un blanco y negro muy contrastado. Es decir… sólo parece haber luces blancas y sombras negras (Te puedes imaginar por qué). La escenografía y el vestuario son elegantísimos sin ese toque «teatral» que tenía, por ejemplo, los de La madre del Blues. Claroscuro está rodada en formato 3/4, como si efectivamente fuera una cinta de los años 20. Me da la sensación de que Hall quería contar la historia que en esa misma época no se contó nunca; la película que en los años 20 nadie contó sobre la comunidad negra.
La puesta en escena es, de hecho, muy neoclásica aunque con concesiones al esteticismo que una cineasta de hace un siglo no cometería pero que una de ahora es lo que ha mamado. De hecho, los primeros minutos del metraje son más bien una sucesión de imágenes bonitas porque sí; algo que a un director de cine clásico le hubiera parecido inconcebible. He leído en Spinoff, que saben más de cine y escriben bastante mejor que yo, que la elección del formato más cuadrado fue reflejar la sensación de claustrofobia de sus protagonistas. Puede ser y si lo dicen ellos, seguro que es así.
Claroscuro no es una película que te vaya a cambiar la vida ni crear un hito en la historia del cine; pero se ve bastante bien. Si perteneces a algún colectivo y alguna vez has tenido que escuchar eso de «pues no lo pareces» vas a empatizar bastante con la historia que nos cuenta Hall. Y si eres de los que alguna vez han soltado (o pensado) lo del «no lo parece»… simplemente deja de hacerlo de una puñetera vez.