Los Bridgerton regresa hoy mismo con la difícil tarea de reinventarse tras la partida de uno de sus protagonistas y cumplir con las expectativas tras el fenómeno que supuso su estreno. ¿Cumple?

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Estoy segura de que a más de una, y de uno, se le cayó el alma a los pies cuando se anunció la salida del cast de Regé-Jean Page, y bueno puedo entenderlo sin demasiado esfuerzo. La serie terminaba con la promesa de nuevas historias, y dejando un atisbo de quien podría ser la nueva protagonista de la tanda de episodios, nada más alejado de la realidad.

Y es que si la serie anteriormente prácticamente se enfocaba en las venturas y desventuras del foco amoroso central que presentaba, ahora se pasa a una historia más coral. Y este, my ladys, es un punto positivo. Lady Whistledown, los chismes propios y ajenos, la caza de brujas capitaneada por su majestad, y las tramas propias de cada uno de los hermanos Bridgerton adquieren mayor importancia, poniendo en el punto de mira a cada uno de ellos cuando corresponde.

Especial atención merece el atrevimiento de critica social, y la diferencia de clases, así como la incorporación de las hermanas Sharma, especialmente el de la joven Charithra Chandran dando vida a la cándida Edwina Sharma; quien le roba la cámara a su hermana Kate (Simone Ashley). También encontramos un cierto deje a empoderamiento femenino que en su predecesora existía más bien de forma velada, dándosele ahora mayor importancia.

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En cuanto al heredero directo del Duque, no del patrio Miguel Ángel Silvestre, Jonathan Bailey hará las delicias del espectador que se acerque a la serie a por su dosis de abdominales y camisas desabrochadas. La producción parece que ha puesto especial atención en ensalzar su figura para que nadie eche de menos ni el hercúleo cuerpo de Simon, ni su complicada y atormentada psique.

Todo esto en lo que respecta al reparto, porque en lo demás se sigue la estela de la primera temporada: de nuevo encontraremos el suntuoso estilo de la sociedad anglosajona, el fasto del vestuario, la banda sonora que mezcla éxitos contemporáneos versionados al más puro estilo  del romanticismo; mucho recato, y luchas de moralidad y honor.

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Encuentro no obstante, una mayor carga emocional; en ocasiones un tanto excesiva; y es que vamos a tener lágrimas por doquier/everywhere.

Además los cliffhangers, que la que aquí escribe puede entender cuando estamos viendo una serie de emisión semanal, pero que en una serie que se sube fácil al fenómeno del Binge Watching, poco sentido tiene si la expectativa va a durar lo que tardemos en darle al «ver siguiente episodio».

Dicho todo lo anterior, ¿merece la pena ver la serie? Evidentísimamente. ¿Quién no quiere una buena ración de salseo y dramas pseudo-palaciegos? Y oigan, cuando terminen con ella no se quiten en corsé y las enaguas, acérquense a La Edad Dorada… indeed; que parece que el género ha llegado para quedarse durante una temporada.