Annette es la nueva película del director Leos Cárax, autor de filmes como Mala Sangre, Los Amantes del Pont-Neuf o Holy Motors, el que había sido su último trabajo hasta la fecha.
Desde que empezase rodando Chico Conoce a Chica y luego lo hiciese a través de dos Obras Maestras como Mala Sangre y Los Amantes del Pont-Neuf, el cineasta Leos Cárax se ha caracterizado por ser de una personalidad misteriosa, singular y de varias capas, lo que ha dado pie a películas con un imaginario propio, virtuosas en lo técnico, muy hábiles en el uso de la música, decadentes, emotivas y con su impronta como director por bandera. Es, en términos absolutos, un autor de las obras que dirige. Pero, a pesar de esto, la pasada década solo tuvimos ocasión de disfrutar de una de ellas, probablemente la más controvertida: Holy Motors, «un valiente suicidio», según algunos críticos nacionales, lo que le llevó a aparcar la dirección de películas y mantenerse tapado hasta hechos más recientes, cuando Cárax regresa con Annette, una coproducción donde han actuado agentes de Francia, Alemania, Bélgica o Japón, y puede reencontrarse con su público, casi 10 años después.
En esta ocasión, Cárax, que reconoce que su devoción por el cine terminó después de rodar Los Amantes del Pont-Neuf, explora abiertamente un género que había bailoteado su filmografía: el musical. El peso dramático de la mayoría de escenas, así como la evolución de la historia, viene con las canciones compuestas por el grupo Sparks, del que Cárax es fan. Es importante matizar que el director, tal y como ha dicho, lleva décadas de su vida en las que no tiene la necesidad de rodar como tal, si no de hacerlo por un hecho en concreto, o por las ganas de hacer realidad una obra que solo podría tener sentido si se hiciera película; por tanto, Cárax es director, pero por encima de ello es artista, y por tanto, sus inquietudes principales pueden ir a ramas diferentes que a las del mero hecho de querer rodar una pieza narrativa. Digo esto porque Annette, que se acaba de estrenar en cines con un notable éxito, no pretende construir una historia de la manera más convencional; sino que, por un lado, y como dije, es un musical y se debe a las concesiones que tiene que hacer al género; y, por otro lado, sus pretensiones también van dirigidas hacia la música o la búsqueda de una interpretación teatral.
Adam Driver y Marion Cotillard están fantásticos cada uno en sus papeles como Henry y Ann, pero es el primero, concretamente, quien sostiene el peso narrativo de la cinta y quien ejerce como principal interventor de la mayoría de hechos y el tratamiento dramático que ejerce la cinta acorde al transcurso. Es un personaje muy complejo: sensible pero distante, obsesivo y violento, firme pero divertido, y con muchas capas que se van exprimiendo y desgranando a lo largo de los 140 minutos de metraje. Por su parte, Ann es todo lo contrario. Su capa de dulzura y sinceridad se refuerzan en cada una de sus actuaciones, donde ella se sacrifica por el amor que nos profesa a todos. Una reina. Cárax le otorga el peso a Driver y el actor comparte y sostiene el testigo para hacer brillar cada movimiento de cámara o cada escenario sobrecogedor y desolador con la capa interpretativo más brillante que pudiera. Su actuación es, sin duda, espectacular.
Con todo, el director otorga el peso dramático a la potencia y energía de los actores para tener una película con interpretaciones sobrecogedoras, pero, ¿Qué le queda a él como director? El cineasta deslumbra con una puesta en escena atrevida con la cámara, estilista y narrativa, con el movimiento como principal interventor de una cinta obligada a estar constantemente centrada en el paso del tiempo, el desgaste, los cambios y la conclusión final. Muchas de las secuencias se desarrollan en la intimidad del estrellato, durante una conversación susurrando rodeados de fotógrafos o mientras se dirige una orquesta, cuando solo escuchamos nosotros mismos. No hay nada que reprochar aquí. Cárax conoce perfectamente el lenguaje audiovisual, tiene un don innato para conjugar la imagen con grandes momentos musicales que eleven su emoción. Es inteligente y misterioso, pues conoce perfectamente el género, y sabe desenvolverse visualmente para reconocer un estilo propio, PEEEERO…
… ser tan artista te puede jugar malas pasadas. Cárax comete tres excentricidades que se salen abiertamente de la norma y que, más allá de eso, chocan hasta el punto que puede chirriar a más de uno. La primera es Annette como tal, la hija y su caracterización. Que conste que a un servidor no le ha resultado tan molesto como a otros, pero entiendo que una declaración de estilo tan directa pueda tener sus detractores. Para mí, funciona: refuerza la idea de Annette es diferente que pretende la cinta. La segunda es el tratamiento que le da a ciertas escenas. Un ejemplo, al igual que critico la excentricidad de David Cronenberg con la escena del 69 en Una Historia de Violencia, puedo llegar a criticar cierta escena de Annette, que sería la más sonada. Simplemente, no soy partidario de llegar a lo explícito para buscar ese refuerzo emocional (por buscarle un término) que pueda pedir la historia. Y por último, lo extenso de su metraje y su conclusión final. Annette es una película que, pese a que pueda sentirse extensa, no detiene su relato en ningún momento y sabe emocionar con su trama, pero aquí servidor ha sentido el transcurso del tiempo más de una vez, para luego tener un final que sabe a plomo. La trama avanza hacia algo más oscuro a partir del término de su Primer Acto, pero transmite que terminará de una forma explosiva y, aunque amarga, en cierta parte dulce -algo similar al final de La La Land-, pero ni una ni otra. Narrativa, eso sí, es una bomba, pero, ¿qué ese sea el final de Annette? Amargo.
En definitiva, Annette es, por muchas cosas, una de las películas más exitosas y relevantes de la filmografía de Leos Cárax, al que espero que rodarla le haga querer hacer más en menos tiempo. La película es arriesgada, emotiva y única. Uno de esos filmes que, con sus buenas y sus malas, derrochan personalidad y que no vuelve a aparecer, pues son única y exclusivamente nacidos de la mente de un autor.