Treinta y seis años después de la primera entrega, Joseph Kossinski rompe la taquilla-al igual que Pete «Maverick» Mitchell la barrera del sonido- en el primer fin de semana de proyección de esta película- con un blockbuster certero dedicado a la memoria de Tony Scott que hace prever el retorno de las bomber y las Ray-Ban.
Top Gun: Maverick, Salgo con un chute de adrenalina de la proyección. Podría haberse rodado cinco años más tarde y recrearse en la continuidad de la vida después de Goose, se rueda felizmente cuando el veinteañero prepotente, chulo y de mareante sonrisa en primer plano del primer Top Gun ha tenido tiempo de reconvertirse en un cincuentañero sereno con quien resulta más fácil empatizar.
Pero es inevitable retrotraerse a su predecesora para explicar en buena parte la espectacular acogida de Maverick. Ya en su momento, Top Gun, ostentó el récord de contar con el beneplácito de la Marina para rodar en sus instalaciones y la colaboración de sus pilotos para rodar las escenas vertiginosas que suponían lo más brillante de la película.
Con una fotografía impecable, una banda sonora muy del momento y un repetitivo y estomagante love theme que para más estupor se alzó con el Oscar y el aderezo de la escena de voleibol que más hizo por las ventas de gafas de sol hasta la era Matrix, se nos sirvió en bandeja un producto fast food que incrementó a niveles alarmantes las solicitudes de ingreso en el Ejército del Aire y que marcó -sin quererlo- un antes y un después en la parodia fílmica (Hot shots y otras que me hacen ver siempre la palabra Fiambre escrita en la cara, casco o sombrero del compañero del héroe).
Con este punto de partida, ¿hay nostalgia en Maverick? Mucha y desde el minuto cero pero no es un problema y puedes ver la película incluso si no has visto su primera parte. No es lo ideal pero se puede y sin problemas.
Comedias Involuntarias: Top Gun (1986)
El primer gancho a la memoria lo encajo cuando suena en pantalla el Danger zone de Kenny Loggins y templan mis retinas imágenes que ya tengo en el disco duro y que Harold Faltermeyer me graba a cincel.
La historia de amor vuelve a ser accesoria pero es más digerible esta relación de madurez sobreentendida cuyos detalles no muestra la pantalla-el personaje de Penny se insinúa en un par de comentarios en la primera película- que la forzadísima historia romántica entre la instructora que interpreta McGillis y el elemental macho alfa que encarna Cruise en el filme del 86 en que parece que la primera está más cerca de adoptar que de seducir al segundo.
En el reparto un Cruise calmado, que acepta sin problemas las bromas sobre su edad de los nuevos polluelos y que sigue la estela de Eastwood: es rebelde con los mandos, hace en esencia lo que le da la gana y en cuanto se pone a lo suyo (pilotar en este caso) da sopas con onda de largo a la chavalería. Eso sí, correctamente y sin la mala hostia y peor vocabulario de mi queridísimo Clint.
Cruise da a Val Kilmer un papel metafílmico -en la vida real hubo momentos en que la relación entre ambos podía recordar a la de Mozart y Salieri- y su aparición nos deja el momento más emocionante y conmovedor de la película sobre tierra firme.
Jennifer Connelly, más que sobrada para este papel, bella y carismática cumpliendo con el papel de interés romántico en un personaje que me trae a la memoria a la Marion que buscó junto al Doctor Jones el Arca, básicamente porque es una mujer que regenta un local donde se bebe y mucho.
Ed Harris siempre cumplidor, en el papel que mejor hace. Jon Hamm, muy lejos de ser un Mad men y estupendo como el mando al que Mitchell va a desquiciar y Bashir Salahuddin como amigo/compañero del héroe.
Planteado así lo que brilla en Top Gun: Maverick no es la originalidad de su guión (sí lo hacen las bengalas y los ojos de la Connelly) porque esta historia ya nos la han contado un millar de veces y yo la sigo comprando precisamente porque la conozco. Porque tiene el eco de lo familiar y eso conmueve. Hay una pizca de Elegidos para la gloria, unas gotitas de El sargento de hierro, una sacudida de Star Wars, todo bien mezclado y no agitado que me hace entrar en la película como en mi albornoz.
Y si no es el guión,¿qué enamora de Top Gun: Maverick?
Sin lugar a dudas la circunstancia que hizo grande a su predecesora: técnicamente es perfecta o casi. Aquí se vuela de verdad con aviones reales o tanto como los tiempos y el cgi lo permiten. Una circunstancia prácticamente imposible en el cine actual y especialmente en el de acción. Pero Cruise avala este proyecto y su sello es poco efecto especial, ejecución costosa, dificultad y riesgo. Y él siempre cumple. Las escenas de combate son brillantes y el sonido de los motores y las dogfighting de los F18 Superhornet simplemente me ponen los pelos de punta.
Difícilmente logrará Top Gun: Maverick la hazaña del Top Gun de 1986 de atestar las listas de reclutamiento en la marina aérea y puede que Cruise no sea el mejor actor del universo cinematográfico pero seguramente es uno de los más comprometidos, entregados y trabajadores que lo integran.
A diferencia de Kilmer, que quizás le aventaje algo en talento interpretativo y mucho en el musical, Cruise despegó de forma arrolladora para no caer nunca ni mirar atrás y, al igual que su personaje, se mantiene en lo más alto defendiendo proyecto tras proyecto su status de estrella, quizás la única que nos queda.
Top gun: Maverick es, en definitiva, un cóctel de adrenalina, vértigo y nostalgia, a partes desiguales, sazonado con una historia sencilla, muchos aviones y una hora final que te corta el aliento. Un blockbuster en estado puro en que el verdadero protagonista es el cielo y la auténtica historia de amor es la que se desarrolla entre éste y los cazas que lo surcan.
Una experiencia inmersiva diseñada para ser vivida en IMAX 4DX que no podéis dejar de ver en la pantalla más grande que encontréis. Puro espectáculo para desconectar de la hipoteca, las facturas y la cotidianeidad más tétrica. Y sólo por eso ya te vale pero que mucho la pena subir a bordo.