True Detective, cual yin yang, pasó de una de las revelaciones de 2014 a uno de las mayores decepciones en 2015. Se imponía un cambio de cara a una tercera temporada que llega el 13 de enero a la HBO. ¿Lo han logrado?
True Detective se convirtió en uno de los principales fenómenos televisivos del año 2014 en una época de profusa producción televisiva y donde, comprensiblemente, la futilidad de tanta oferta catódica amenazaba (y seguimos en ello) con una constante de éxito y adiós de muchas series. En ese panorama casi selvático apareció True Detective, vía HBO, con aquella maravillosa intro, azotando el medio hasta lograr otra X en la por ahora imbatible lista de hitos de la cadena estadounidense.
True Detective, una suerte de procedimental serializado policial, mezclando el malsano cóctel del sureño y la religión con una presentación novedosa de personajes (aunque a veces parecía que nadie sabía de qué estaban hablando, no?) caló como serie que uno no debe perderse y el anuncio de su inevitable secuela fue acogida con acorde excitación.
Decepción. Aquella segunda temporada de True Detective decepcionó a casi todos (al que os escribe le parece estimable o, cuanto menos, ni remotamente mala, tal vez pesada, cargante y soporífera, concedo), hasta el punto que muchos teníamos claro que la ausencia de Cary Fukunaga como partener del creador y showrunner, Nic Pizzolatto, era la clave del asunto.
En Cinéfilos Frustrados, y gracias a Serializados y a HBO España, en una proyección en el Cine Phenomena de Barcelona, hemos podido ver el primer episodio de la tercera temporada de True Detective. Y es bueno, muy bueno (la garantía HBO empieza a dar miedo) pero tenemos un pero. O no. Calma: no hay spoilers.
True Detective, en su tercera iteración, vuelve a los orígenes. Literalmente. Un caso de desaparición, ambiente rural y malsano, dos policías y sobre todo uno de ellos transmitiendo el caso desde hasta tres espacios temporales: en 1980, que es cuando ocurre el caso; en 1990 que es cuando se repite lo visto con Marty y Rust en la primera temporada, y en 2015, en una suerte de 2×1 del salto temporal.
Todo apunta a que regresamos a aquella primera temporada de True Detective pese a que planea cierta repetición de lo ya visto. Nos molesta? Si la idea es convertir True Detective en algo más concreto de lo que parecía en su segundo año, con casos similares de investigación policial y asunto turbio, de enfermiza humanidad, bienvenido sea. Y por encima de todo: la calidad (bendita HBO) es tal que me asaltan las (poquísimas) dudas pasada la proyección. Durante la misma uno disfruta sin más.
Mahershala Ali y Stephen Dorff, los nuevos Rusty y Marty (pista: el orden no es aleatorio), convencen bajo ese libreto de un Nic Pizzolatto que se adapta sin -aparente- dificultad a esos diálogos que han marcado no sólo True Detective sino las series HBO: una suerte de naturalidad de pasmosa credibilidad, y huyendo a velocidad supralumínica del enrevesado texto de la segunda temporada.
Saben por qué True Detective te atrapa sin remedio? Scoot McNairy (aquel Gordon Clark de la excelsa Halt and Catch Fire), interpretando al prototipo de padre de una familia sumida en el habitual caos de su propia destrucción, resulta tan convincente, tan natural, que te dan ganas de verte ya mismo toda la temporada pero, eso sí, desde casa y bien lejos de lo que ocurre en los instantes finales del episodio.