Persona no es una película que se pueda analizar a la ligera. De hecho, está considerada como una de las películas más difíciles de analizar de la historia, girando en torno a conceptos tan complejos y ambiguos, presentados de una forma tan abierta y abrumadora, que el significado e incluso la misma presencia de algunos elementos ha sido motivo de debate desde su estreno.
Creo que convendría comenzar apuntando que Ingmar Bergman escribió y diseñó Persona mientras se encontraba hospitalizado y muy deprimido. Buena parte del tono y los temas que se tratan en esta película son fácilmente asociables al estado mental del genial director en el momento de su concepción. Otro detalle importante de la película, y que debemos considerar de base a la hora de analizarla, es que su título original iba a ser “Cinematography”, abandonado finalmente por consejo de Kenne Fant, quien produjo la película a través de la “Swedish Film Industry”.
Fotografía, iluminación, sonido y dirección son elementos que rozan la perfección más absoluta en esta cinta. Hasta ahí llega la parte fácil del análisis de Persona: lo complicado llega cuando rebuscamos en sus temas, el significado de sus poderosísimas imágenes y el sentido de su posible mensaje. Desde su estreno la crítica ha encontrado virtualmente imposible categorizar, describir y analizar en su totalidad una película que encuentra buena parte de su belleza en el hecho de ser indescriptible. El propio Bergman se dio cuenta de ello muy pronto, y afirmaba cambiar de opinión con cada visionado, o no tener ni la menor idea.
Resulta fascinantemente atractivo el hecho de que Persona sea una película tan puramente interpretable: cada espectador encontrará en sus líneas una idea, un mensaje y un tema diferente. Incluso podemos hablar de ver reflejados en ella temas que, por anacronía temporal, es muy poco probable que Bergman tratara intencionadamente cuando la concibió en 1963. Uno de ellos, reflejado en las perspectivas de ambas mujeres en relación al sexo y la maternidad, podría ser la lucha femenina por tener una identidad propia dentro de una sociedad patriarcal.
Se antoja complicado que este tema estuviera ahí hace 60 años, pero si es más posible que podamos hablar de la Depresión Post-Parto, muy asociada a trastornos bipolares y de la personalidad en mujeres meses o incluso años después de dar a luz o sufrir alguna experiencia traumática relativa al embarazo. En el caso de Persona nos encontramos con dos protagonistas que han vivido experiencias de estas características (una madre que no quiere a su hijo y una mujer que abortó pero parece arrepentirse) y que, sin duda, confunden profundamente al espectador con sus estados mentales y de ánimo.
La personalidad disociatiava es sin duda la condición estrella cuando se habla de Persona: muchos creen que Elisabeth y Alma son en realidad la misma mujer, divida en dos versiones de sí misma. Otros las ven como dos mujeres, que sienten la necesidad de verse proyectadas la una en la otra, buscando intercambiar sus lugares, sus vidas, su misma esencia. Bergman juega magistralmente con estos conceptos, mostrándonos imágenes e incluso secuencias completas que apoyan cualquiera de estas teorías sin apuntar ni decantarse definitivamente por ninguna de ellas.
Pero no debemos olvidarnos de que Cinematography a.k.a Persona es, por encima de todas las cosas, una película que gira en torno al mismo ser del cine. No en vano la película abre con un antiguo reproductor de fósforo encendiéndose, acompañado de una serie de inquietantes imágenes, culminando en la de un niño de unos ocho o diez años, que se acerca a una pantalla de proyecto para acariciar la cara de una mujer, que podría ser cualquiera de las dos actrices protagonistas de este film. Tampoco es casual que en un momento dado la película nos engañe fingiendo que el celuloide se está quemando, desintegrando el rostro de Alma. Tampoco que Elisabeth sea una conocida actriz que pierde (por voluntad propia… o no) su voz.
En opinión de muchos, a la que me sumo, Bergman nos habla de la difícil dicotomía de vivir en el cine, o más ampliamente, en el ojo público: cómo nos vemos forzados a dividirnos en dos personas: nuestro yo interno, oculto y personal; y la proyección pública de nosotros mismos. Una realidad que, con el tiempo, puede llegar a confundirnos y hacernos perder de vista quienes somos realmente, o si queda algo de nosotros mismos debajo de la fachada. Una realidad que puede hacernos perder nuestra alma (observando el mimo en los detalles de esta cinta, pocas dudas caben de que la elección de este nombre tampoco es arbitraria) y nuestra propia voz, viviendo en una eterna lectura del guión preestablecido, sin nada propio que aportar.
Quizás haya dos escenas de esta película que puedan definirla (aunque es imposible resumirla en tan poco). La primera nos muestra a Alma acostada en la cama, con Elisabeth acercándose en un camisón blanco, desde un fondo del que parece surgir a través del aire, caminando hasta la habitación de Alma, hasta el cuarto de baño y culminando con ambas mujeres prácticamente mirándonos a los ojos, mientras sus manos, sus rostros y sus cabellos se entremezclan en una de las imágenes más icónicas del cine.
La otra podríamos decir que es doble: separadas solo por una mesa, una frente a la otra, se nos muestra la misma escena dos veces, primero con la cámara fija en Elisabeth, luego con la cámara fija en Alma. Vemos que, durante esta doble escena, medio rostro de cada una de las actrices está iluminado y el otro medio oculto en sombras. Mitades opuestas. Y finalmente esta doble escena culmina con los rostros de ambas mujeres fusionados en uno, mostrándonos a las protagonistas como dos mitades de un mismo ente.
Hay muchos, muchísimos más ejemplos de cómo Bergman nos narra una historia indescifrable a través de sus imágenes. Cómo las mujeres parecen compararse las manos constantemente. La escena con el marido de Elisabeth. La playa. El cristal roto. Y ese final, que deja todas las preguntas abiertas. Poco se puede decir con certeza sobre los temas y el significado de Persona, más allá de la evidente influencia del concepto filosófico promulgado por Carl Jung.
Según esta teoría, si el “yo real” y el “yo proyectado” de una persona son demasiado distintos, la psyche de esta persona podría ceder y dividirse en dos personalidades completamente disociadas. En la película, Alma es todo lo que Elisabeth no puede ser: alguien sencillo, que disfruta de su trabajo y vive una vida aparentemente tranquila. Mientras, Elisabeth es todo lo que Alma aspira a ser: famosa, hermosa, con talento (y madre). Son polos opuestos, y al mismo tiempo tan similares que resulta difícil no pensar en ellas como un mismo ser.
Cinematográficamente experimental (de hecho, Bergman reconoció que gran parte de la película fue un experimento de técnica y lenguaje para él) y temáticamente indescifrable, Persona nos muestra como ninguna otra película la esencia del cine en el plano físico: desde el celuloide hasta el propio director y su equipo, que aparecen brevemente en una atrevida rotura de la cuarta pared.
Esta naturaleza tan marcada de la película puede entenderse mejor si la contextualizamos en su marco histórico global en lo que al mundo del cine se refiere. Entre 1960 y 1970 la teoría cinematográfica que imperaba en Europa estaba fuertemente influenciada por Bertolt Bretch y sus conceptos de distanciación y auto-reflexión en la literatura y las artes visuales, creando una tendencia que podríamos llamar “construcción en espejo”: al contrario que el cine de Hollywood, que buscaba abrir una ventana o puerta metafórica a través de la que pudieras entrar al mundo de la película, la producción Europea utilizaba este “espejo” para bloquear esta entrada. Referencias a otras películas y al mismo hecho de estar viendo una película se volvieron algo muy habitual, con cintas como El desprecio de Goddard o 8 ½ de Fellini como claros precedentes. Con este enfoque se pretendía distorsionar la visión del espectador, haciendo muy ambiguo qué elementos estaban realmente “fuera” (en la película) y cuales venían del interior, de la proyección del espectador en el marco del film.
Persona es casi un ejemplo de libro de esta práctica, y lo es en cada fotograma. Por eso resulta tan difícil describirla, analizarla y entenderla de forma pura: nunca sabes qué está en la película y qué le estás añadiendo. Pero independientemente de todo ello, la realidad más absoluta en torno a esta película es que, casi sesenta años después de su concepción, sigue resultando cautivadora, sorprendente, atrevida e indescifrable. Y eso, sin duda, es más valioso que cualquier análisis.