Año: 2018 |Título: Isla de perros | Dirección: Wes Anderson | Producción: Wes Anderson, Jeremy Dawson, Steven Rales & Scott Rudin | Guion: Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman & Kunichi Nomura | Fotografía: Tristan Oliver | Reparto: Bryan Cranston, Koyu Rankin, Edward Norton, Bob Balaban, Bill Murray, Jeff Goldblum & Kunichi Nomur | Género: Comedia | Duración: 101 minutos
Han pasado nueve años desde Fantastic Mr. Fox, la primera vez que Wes Anderson incursionó en la técnica de animación llamada stop-motion. El realizador de The Royal Tenenbaums se ha hecho famoso por hablar de familias disfuncionales representadas por una copiosa y envidiable plantilla de estrellas. Isla de Perros no hace excepción, y sí sube la vara en la ya admirable carrera de este director de Texas.
Después de sobrevivir al accidente que le deja huérfano, Atari (voz de Koyu Rankin) recibe a Spots (Liev Schreiber) como su perro guardaespaldas. Él es un niño que vive en Megasaki, Japón, con su tío el corrupto alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura). Lamentablemente para esa dúo niño-perro, el alcalde es un férreo exponente de una antiperruna tradición familiar, y encuentra en una epidemia de gripa canina el motivo para expulsar a todos los perros de su ciudad enviándolos a la Isla Basura. Hasta allá ira Atari en su intento de rescata a su fiel amigo.
A la debida distancia, las familias de las que Wes Anderson anda prendado lucen apetecibles. Y como decía Groucho Marx: “La familia es una gran institución”. Sin embargo, el cine de Anderson es un microscopio por el cual descubrimos la peste que se engendra en ellas.
En Isla de Perros vuelve a lo mismo y al ser una película animada le da la oportunidad de jugar con nuevos elementos en su propuesta que llevan al director a confirma el final de la frase marxiana: “Por supuesto, contando que te guste vivir en una institución”.
Porque en Isla de Perros Wes Anderson habla de instituciones. Ya no es solo la familiar, sino de gobierno, científicas, estudiantiles. Esas que podemos resumir en la palabra Política. Sí, se echa al ruedo y deja ver, si me apuran diré que por primera vez, algo de su posición política.
La familia Kobayashi está en el poder, y lo ha estado desde generaciones. El alcalde hace lo que le sale de la manga, y hace más caso a un selecto comité que al pueblo que le eligió —cualquier parecido con la realidad… —. Los habitantes de la megalópolis se han vuelto blandos y fáciles de conducir a través de los medios de comunicación.
Este realizador vuelve y demuestra su valentía cuando los personajes principales son perros y en la mayoría de los casos solo a ellos le entendemos, los humanos hablan japonés —¿vos lo hablás?—. excepto lo que se dice en las noticias. En esto último es donde advierte el mensaje del cómo se trabajan las masas. La traducción que los mass media hacen a la audiencia sobre lo que las decisiones que los políticos toman: olvidando algo aquí, tergiversando algo allá, manipulando algo acullá. Y la gente come el cuento.
Insisto. Esta es un film típico de Anderson donde lo nerd, lo geek, la música y el carácter imbatible de los protagonistas está de manifiesto. La historia está, además, montada sobre el preciosismo marca registrada de la casa. Por supuesto. Se hace importante recalcar que en la manera, en el cuidado que él le pone a sus encuadres, a la simetría de lo expuesto, el de Texas se llena de explicaciones para homenajear al cine de Kurosawua —el gran genio japonés director de Los siete samuráis (1954) o Ran (1985)—, a Miyazaki —cofundador y patrón del estudio Ghibli—, y a la japonidad.
Al ser un filme sobre el futuro pero visto desde los 70 vemos esa mezcla tan de allá, de Japón, entre el avance tecnológico y las costumbres sociales. Los robots y los baños tradicionales; el respeto a los mayores, y la porfía de las convicciones; los laboratorios científicos y los trajes y espadas samuráis. Otro planeta visto desde los ojos de uno de nosotros, un occidental devoto del detalle. Se sienta en la misma mesa de Kurosawua cuando el japonés era Occidental para los suyos y Oriental para nosotros. Cómo también lo hace por cuanto el minimalismo de la musicalización.
Esta nueva joya es por esencia una oda a los amigos. A la familia que uno escoge. Y es que desde la concepción del guion, hecho a ocho manos; la hechura de las marionetas, sobre todo las gesticulaciones —contaba Anderson la dificultad para representarlas en los perros; la tripulación que frecuentemente participa en sus proyectos, todas se pueden ver exhibidas en la camaradería de la pandilla de perros con sus códigos y estructuras: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Duke (Jeff Goldblum), Boss (Bill Murray).
Tal vez alguno pueda decir que Isla de perros no sea cálida en cuanto a lo sentimental como Viaje a Darjeeling (2007) o Moonrise Kingdom (2012); no obstante, lo sigue siendo y se resalta dentro del nuevo tema, lo político, que incluye Anderson en su más reciente película. Una que, como todas las que ha hecho hasta hoy, es como oír a Cream, y por ello no cansará por más que se revisione.