Que me perdone Paul Urkijo, pero me he topado con Irati sin tener ninguna referencia suya. Desconocía sus cinco nominaciones a los Goya y tampoco había visto Errementari. Pensaba que Irati sería una especie de «Asterix en Vasconia». Culpa mía. Ya quisiera Asterix parecerse a esta película.
Irati es una película muy especial porque no se hacen cintas ni de historia medieval ni de mitología. Mucho menos de mitología vasca y de historia altomedieval. Si ya se ha tratado poco el Al-Andalus en la cinematografía patria, los reinos cristianos del momento han sufrido peor suerte incluso. Y ya es algo, porque de la Hispania visigoda solo se ha rodado un película, y encima fue en plena vorágine de cine propagandístico franquista: Amaya. Tenemos una cuenta pendiente con uno de los periodos más cinematográficos que han pasado por la península.
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Irati no podía salir mal porque Urkijo ama lo que está contando. Ama la historia que está contando, ama la lengua de sus personajes y los apabullantes escenarios naturales de su tierra natal. Si algo deslumbra en Irati es su apartado técnico (las cinco nominaciones a los Goya son justificadísimas). La fotografía, la escenografía y, por encima de todo, los efectos especiales no es que sean carne de Goya… es que en los Oscar habrían brillado igual. Si exceptuamos un par de momentos (ay, esa serpiente), no se ve la huella del ordenador en ningún momento. Gracias a Dios (o mejor dicho, a Mari) que se han tomado en serio que no parezca un videojuego.
Por cierto, inciso: Hay un tópico a la hora de tratar la Edad media europea que nunca he entendido, y es que parece que nadie se baña nunca. Ya sea un rey o un mendigo, te lo colocan siempre con la cara sucia y los pelos completamente enredados. De verdad que no termino de comprender el por qué.
Volviendo a la película, no siempre acierta Urkijo en sus decisiones. Hay un «algo» que no me funciona en Irati: El bueno y el malo. Hay una fallita a nivel de guion y es que ninguno de los dos está especialmente desarrollado. El bueno es tirando a soso y el malo es demasiado malo. Decía Hitchcock que una película es tan buena como lo sea el antagonista de la historia, porque cuanto más desarrollado y complejo sea, mayor será el conflicto que cree. Y esto no se ve en Irati. El protagonista es un héroe random que se limita a tirar para adelante y el malo es un malo malísimo de libro. No hay dobles lecturas en ninguno de los dos, ni contradicciones, sin sombra en el bueno ni atisbo de luz en el malo.
Cuando en el libreto los protagonistas no están especialmente bien desarrollados, la herramienta con la que mejor puede contar el director es con el carisma de los intérpretes que elije para encarnarlos. Le funciona con el personaje que da nombre a la película, pues Edurne Azkárate le da un «no sé qué» que no tenía sobre el papel. Sin embargo Eneko Sagardoy no es capaz de hacer que no retires los ojos de él. No obstante, su presencia se justifica con el primer plano de su culo, las cosas como son. Los Lumière inventaron el cine para que Urkijo rodara ese momentazo. Sí, señor. Allá donde estén, los dos hermanos franceses estarán sonriendo sabiendo el buen uso que se ha hecho de su invención. Doy fe.
Finalizando. Una película especial, que trata un tema que no se ve casi nunca en pantalla (por no decir nunca), cuyo canto al neopaganismo frente al cristianismo conectará con un aparte importante de los espectadores, cuya factura visual es de lo mejor que hay por estos lares y que no vas a ver nada parecido en mucho tiempo.
Por desgracia.