Crítica de «El joven Ahmed» (2019): El enigma del terrorismo

el joven ahmed

Con El joven Ahmed los hermanos Dardenne tratan del ya no tan reciente fenómeno de la radicalización de adolescentes para las filas yihadistas en países francófonos. Un tema que ha dado lugar a varias películas que conjugan dos aspectos esenciales: la adolescencia con su inseguridad y volatilidad, por un lado; y por el otro la ilusión de esperanza y sentido a la vida que el fanatismo religioso suele ofrecer a las mentes impresionables.

El joven Ahmed hace parte de esta ola que va de una ilustración cuasididáctica producto del cine de industria francés, que busca advertir con seriedad y quizá cierto alarmismo en Le Ciel Attendrá (2001) de Marie-Castille Mention-Schaar, hasta la sensual exhibición del terrorismo de Bertrand Bonello, donde los extremos de la frivolidad y del anarquismo parecieran tocarse en Nocturama (2016). Este año tocó el turno a los hermanos Dardenne para que con su empático y a la vez frío ojo para el drama juvenil exploren el tema, en el que siempre surge la misma pregunta como base: ¿qué lleva a un adolescente común y corriente a cometer un acto terrorista? Algo que en El Joven Ahmed no encuentra una verdadera respuesta, y es que los Dardenne terminan por crear una película que dentro de su tradición se siente ya vista, y para el tema que trata, un tanto deficiente, aunque no por ello poco atrapante.

El joven Ahmed
El joven Ahmed

El cine de Jean-Pierre y Luc Dardenne siempre ha gozado la admiración que solo puede dar su alto grado de realismo y verosimilitud, aun cuando esto significa sacrificar explicaciones. La vida no se explica tanto como en Le Fils (2005). No se nos dice qué ocurre en el corazón de un adolescente recién salido de un reformatorio por matar accidentalmente a un niño pequeño, sin embargo la hábil austeridad de su puesta en escena nos da las claves suficientes. En toda la filmografía dardenniana hay las mismas fórmulas; conocemos a los personajes a través de sus actos, de esos rápidos movimientos que en sus detalles revelan mucho y en los que nos sumergimos gracias a esa cámara de estrecho campo que no nos muestra más que lo esencial y nos hace acompañar a los personajes a centímetros de distancia. Pero mientras en otras entregas lo cinematográfico es forma y fondo, en su más reciente película se acude al menos imaginativo recurso de hacer que los personajes hablen y den claramente el planteamiento que el espectador necesita.

El joven Ahmed
FICM 17° Daniela Michel y Luc Dardenn de El joven Ahmed

Acaso el hecho de que en esta ocasión el tema a tratar no se sea un conflicto tan común e identificable, como aquellos que suelen aquejar a los niños y jóvenes en el cine de los Dardenne, sea lo que motive esta decisión. De cualquier forma, el resultado es un planteamiento que no provoca la angustiante seducción que surge de ver a un silencioso personaje sorteando vicisitudes. En cambio, se nos revela rápidamente que Ahmed es un adolescente belga, musulmán, sin padre, cuyo primo murió en la causa yihadista y que ahora se encuentra bajo un proceso de adoctrinamiento por parte de un imam para hacerlo miembro de una próxima generación de mártires del profeta. El conflicto viene cuando una profesora local desea enseñar a hablar el árabe a musulmanes francoparlantes, lo cual el imam considera una herejía pues lo hace utilizando canciones, lo que significa una profanación a la lengua de Mahoma.

Quizá el mayor problema de El joven Ahmed es que el desarrollo del personaje principal parece ser demasiado claro en las acciones y argumentos, pero poco en las emociones. Y aunque esto pareciera una ingenua apreciación para unos directores distinguidos precisamente por tal estilo, no deja de ser un problema cuando lo que se quiere es tratar un tema tan complicado. Es así que aquella básica pregunta no solo no intenta responderse a cabalidad sino que no es vista como un fin, sino como un medio para la construcción típica que los hermanos hacen de sus historias para provocar la empatía hacia seres que, aun dentro de la complicada problemática en que están inmersos, no dejan de parecer vulnerables.

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Esta vulnerabilidad no es del todo apreciada en Ahmed. Su primer acto “terrorista” consiste en soltar un chisme públicamente para dañar la imagen de la herética profesora. Eso que parece ser la semilla, de un impulso que más tarde se convertirá en algo mucho más grave, no encuentra su conexión con algún conflicto psicológico en el joven que nos permita comprender su camino a la oscuridad.

Ciertamente no todas las preguntas tienen respuesta —el mismo Ahmed se enfrenta al enigma implícito de “qué es ser un verdadero musulmán”—, y si bien se muestra que hay claros factores estresantes para generar en Ahmed el descontento y el rechazo a la realidad, ese punto de debilidad de carácter se encierra en un enigma. En la visión de Bonello, por ejemplo, no solo se elude la razón sino que de esa evasiva se hace una respuesta negativa: quizá no se puede explicar, y sin embargo no hay drama más desolador que el de ver a una madre preguntándose qué hizo mal cuando crió a un terrorista.

Es aquí donde El joven Ahmed y la preocupación de los Dardenne por los niños pueden coincidir. Tal vez son sus ojos cercanos, intimistas y diáfanos los que necesitamos para ver lo que otros ignoraron, para apreciar en la superficie fría y llana aquello que el cine nos muestra como subtexto, y que en la realidad bien puede ser las respuestas que buscamos.

 

Por: Miguel Mejía desde el Festival de Cine de Morelia