Selva Trágica, la nueva película de la mexicana Yulene Olaizola, nos sumerge en la profundidad y templanza de la selva. Se estrena en Netflix el 9 de junio.
La selva, sus misterios y sus peligros han sido un tema manido dentro de la historia del cine. Y es algo llamativo, porque al igual que para cualquier director la vida en la ciudad se puede mostrar de infinitas maneras, la selva igual. Probablemente, la figura que lo ha hecho con la mayor complejidad narrativa, pero fascinante, y sin perder un ápice de su carácter ha sido Apichatpong Weerasethakul «Joe», el director tailandés, que gracias a filmes como Tío Boonmee Recuerda sus Vidas Pasadas o Tropical Malady nos ha brindado una pizca de la magia de la selva junto a una narrativa arriesgada.
Tomando el testigo de estas referencias, puede entenderse mejor el tipo de película del que vamos a hablar: Selva Trágica, dirigida por la mexicana Yulene Olaizola, no porque sean parecidas entre sí o guarden una gran cantidad de semejanzas, sino porque siento que ambas persiguen un objetivo en común con el lenguaje que utilizan: el paso del tiempo como vehículo motor.



«1920, frontera entre México y Belice. En la profundidad de la selva Maya, donde no hay ley y los mitos prevalecen, un grupo de mexicanos trabajadores del chicle cruza su camino con Agnes, una hermosa y misteriosa joven beliceña. Su presencia provoca tensión entre los hombres, y aviva sus fantasías y deseos. Con vigor renovado enfrentan su destino, sin darse cuenta que han despertado a la Xtabay, una antigua leyenda que acecha desde el corazón de la selva». (Filmaffinity)
Desde sus créditos iniciales sentimos que con Selva Trágica no estamos ante una película de Netflix como otra cualquiera, sino con algo más experimental, que persigue otras sensaciones y sentimientos respecto a los que podría buscar la película o serie de la plataforma que habituemos a ver. Con esto no quiero decir que este filme sea mejor que otros, tan solo que se ciñe por una narrativa que no es lo que podría esperarse de primeras o que, directamente, no es lo que estamos buscando.
Por la parte de la dirección, es palpable que Selva Trágica no es una superproducción. La película nos sumerge dentro de la selva de la forma más humana que pueda haber: llevándose al equipo de rodaje allí y rodando en su interior. No es una obra que utilice de grandes estructuras para ser contada por cámara, se basta con un operador estativo al hombro y una serie de códigos que sirvan para que conectemos con ella; además, una parte de su financiación viene directamente del programa de apoyo de ARRI, que ha cedido equipo material para su rodaje, por lo que, repito, Selva Trágica se siente mucho más como un filme intimista que busca captar la esencia, sonidos y ambiente de la selva, sumándole lo onírico como un ingrediente a destacar, más el tono reflexivo.



En mi caso, el contenido y la forma de narrarlo se ha quedado corto. Soy de los que piensa que si no puedes hacer grandes cosas con el lenguaje de cámara, tienes que conseguirlo a través del texto y/o los actores; y, pese a que entiendo el mensaje (o parte de él), no puedo terminar conectar con el cómo está contado. Me ha resultado poco sorprendente, parco en palabras, pero no del todo efectivas, y no ha conseguido removerme pese a que son temas que lo tienen fácil. Es una pena, porque el tema está bien encauzado y podría dar mucho más de sí, pero en mi caso no pasa a mayores y se queda simplemente en captar el subtexto por proximidad y conexión, pero no porque realmente me esté pareciendo lo profundo y reflexivo que me hubiera gustado ver.
En definitiva, Selva Trágica es una película que consigue el objetivo de su mensaje, pero que se me ha quedado corta con el cómo. Pese a que el resultado es más que digno, y que aplaudo su valentía por rodarla en la selva y conseguir que ARRI entre como apoyo, no termino de encandilarme por su texto y cómo persigue su objetivo. Con todo, es un título disfrutable si sabes a lo que vienes. Disponible en Netflix a partir del 9 de junio.
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