El pelotazo del año en Italia (en un 2020 no precisamente bueno para la taquilla) aterriza en España tratando de repetir el éxito transalpino. La historia de cuatro amigos a lo largo de nada menos que cuarenta años. Una advertencia: Ten preparado el arsenal de paquetes de kleenex, que los vas a necesitar.
El cineasta italiano Gabriele Muccino abraza sin tapujos lo que mejor se le da: El lloriqueo. Esta historia de amistad es sensiblería en estado puro. Pero ojo que no lo digo en absoluto como algo negativo. El director nos presenta las cartas con las que quiere jugar desde el minuto uno. No engaña a nadie. ¿Cuál es el problema? Que el melodrama es un género completamente denostado hoy en día. Tanto es así, que se está ganando una entrada en el apartado de Reivindicando.
La misma «queja» que tiene el cine de Bayona se lo podemos aplicar al de Muccino. A ambos les gusta apostar por el lado sentimental por encima de cualquier otro elemento narrativo. Y punto, no hay más que hacer; los dos son completamente honestos. El problema seguramente sea nuestro, que nos nos gusta que una película nos haga sentir emocionalmente vulnerables. Pero como iba diciendo, ya trataremos este tema más en detenimiento.
Así, nos cuenta la vida de cuatro amigos desde que se conocen en los 90 hasta el día de hoy, con todos los vaivenes, desacuerdos y rencuentros que en cuatro décadas suceden.
Es llamativo que estas cuatro décadas de trayectoria en la vida del grupo no las contextualizara en el ambiente político y social de Italia. En estos cuarenta años ha pasado de todo. Para empezar, la revolución tecnológica que ha hecho de nuestro día a día algo completamente distinto al de la generación anterior. También, en cuarenta años han sucedido muchos cambios políticos y sociales que han alterado nuestra vida común. Nada de esto interesa a Muccino. Los mejores años están ambientados en el cambio de milenio, pero podría haber estado perfectamente ubicada en la China del siglo XI o en el planeta Pandora de Avatar, porque el contexto no condiciona prácticamente nada la historia.
Podríamos decir que al director lo que le interesa es centrarse en contar la relación entre los cuatro personajes… pero sólo a veces. Quiero decir, del reinado de Berlusconi o el ascenso al poder de la extrema derecha de Salvini no hay ni mu, pero del equivalente al 15M bien que se acuerda. Y no sólo eso, sino que hace partícipe activo a uno de los personajes. Entonces me da más la sensación de que Muccino lo que pretende es obviar la parte de la historia reciente que no le gusta y maxificar la que considera positiva. De hecho, al sólo tratar el 15M italiano, da la sensación de que allí fue una especie de revolución francesa o algo por el estilo que mucho me temo que tampoco fue para tanto.
Algunas de las decisiones de Muccino creo que pueden descolocar al espectador, como la de que los personajes hablen directamente a cámara en determinados momentos. No sé hasta qué punto está bien integrado en la propuesta del director. Aun así le funciona rodar los momentos de mayor intensidad emocional en plano secuencia o casi plano secuencia (me dio la impresión de que en algunos casos los cortes fueron simplemente que el plano secuencia no funcionó del todo o la liaron en el rodaje y no se pudo hacer como Muccino quería).
También hay otros momentos muy logrados como el «what if» de la ópera. Es verdad que a todos se nos va a venir a la cabeza el momento cumbre de La la land, y en este caso la secuencia orquestada por Chazelle es mucho más impresionante. Pero Muccino lo que quiere es tocarnos la patata, no deslumbrarnos formalmente, por lo que lo que hace le funciona.
Los actores están espectaculares, especialmente quienes hacen de adolescentes. No porque sean mejores, sino porque los actores adultos tienen la formación y experiencia que les falta a sus respectivos homólogos jóvenes. Quizá sea esto lo que mejor funcione. El torbellino de frescura y apasionamiento que dotan a sus personajes los actores jóvenes, es reflexión y atemperación en el caso de los adultos. Esa es la vida, me imagino.
Moraleja final que creo que suscribimos cualquiera de nosotros: En esta vida lo único que merece la pena es querer y que te quieran. Si no lo consigues, has desperdiciado toda tu existencia.