I Wanna Dance with Somebody (23 de diciembre), biopic sobre la carrera de Whitney Houston, es la última propuesta de un género que lleva unos años gozando de muy buen salud tras los pertinentes films sobre Queen, Elton John o Elvis Presley.
Este fenómeno de -habitualmente- generoso retorno monetario llamado nostalgia lleva instalado en el cine casi desde su concepción a finales del siglo XIX. El western, muchos musicales o la idealización de los años cincuenta son ejemplos de ello. Sin embargo el ataque, lágrima en mano, de las viejas glorias musicales (a veces del cine, de la moda, etc) tiene menos tradición. Huelga recordar el obvio, y triste, motivo de ello pero el caso es que en los últimos años se han multiplicado los biopic dedicados a totems de la música. I Wanna Dance with Somebody, que llega a nuestros cines este próximo 23 de diciembre, aborda la carrera de aquel torrente vocal llamado Whitney Houston.
I Wanna Dance with Somebody se torna familiar desde las primeras escenas: la voz de Whitney o el preceptivo instante en algún punto ya avanzado de su carrera a modo de prólogo, se nos antoja una suerte de deja vu. Normal. La fórmula es difícil de romper salvo que, como en el caso de Elvis, se quiera intentar algo un poco diferente. Para gustos, ya saben, colores pero creemos que con un biopic media un debate interesante: aferrarse a la verdad, licencias aparte (como en aquella Bohemian Rhapsody), o directamente dramatizar un poco más de la cuenta (Elvis o, saltándonos al mundo cinéfilo, Blonde). En I Wanna Dance with Somebody deciden transitar un camino solvente en lo cronológico, sin florituras, sin buscar demasiado lo artificial y, sobre todo, centrándose en la mejor y más perdurable de las cualidades de Whitney: su voz.
Evitemos cualquier duda: sí, en I Wanna Dance with Somebody, tenemos todo lo necesario para un biopic merced a que, como suele ocurrir, la vida del músico o grupo a tratar ya es de por si generosa en drama, polémicas y demás que suele rondar el mundo del estrellato musical. El inevitable (y casi que la opción más viable en lo narrativo) avance cronológico nos lleva desde los orígenes de Whitney en New Jersey, su primer y generoso contrato con Arista Records, sus primeros éxitos y polémicas (¡gusta a los blancos!), El guardaespaldas (glorioso momento cuando se entera que Kevin Costner es el protagonista) y por supuesto el inevitable arco del auge y caída del mito. Su problema con las drogas, presente en todo el film sin que nos lo metan a la fuerza en el guión, se deja en buena parte al libre albedrío pensante del espectador.
Esa carencia de drama puede tener doble lectura: por un lado la larga (muy larga) cantidad de productores que parecen salidos del entorno de Whitney podría denotar respeto a su memoria. Por otro sugiere que no quieren meterse en ese terreno. Sin embargo, en lo puramente fílmico, I Wanna Dance with Somebody es un film que se beneficia y a la vez sufre con esa decisión: lo primero porque la película gana en cierta, si se quiere, clase; lo segundo porque la falta de chicha bordea, un poco, lo poco sustancial. No aburre pero no excita demasiado.
Lo mejor, sin duda, es Naomi Ackie como Whitney Houston, el infalible Stanley Tucci, así como todos los momentos musicales. No se exceden en florituras irreales (esos Queen mirándose entre ellos) sino que casi parecen calcos de las interpretaciones reales. Sobrevuela cierta noción de que, por lo menos en lo técnico, musical y vocal, I Wanna Dance with Somebody ha sido bien asesorada. Pero si de algo sirven estos biopics, sobre todo cuando prescinden de artificios innecesarios, es para recordarnos a los que ya tenemos una edad, así como para contar a los que tienen poca, que Whitney Houston se pasó casi treinta años alucinándonos con su voz.