DESDE CANADÁ NOS LLEGA SLASHER, ANTOLOGÍA DEDICADA AL SUBGÉNERO HOMÓNIMO.
Slasher, creada por Aaron Martin, es la apuesta canadiense por una serie de televisión del subgénero slasher. En 2015 la adaptación televisiva de Scream demostró que las particularidades del slasher se pueden adaptar con cierta fortuna al formato serializado siempre y cuando se tome ventaja de las bondades de esta etapa de oro actual en el medio. Slasher, desgraciadamente, no cumple con los mínimos de un subgénero que es rotundamente simple, pero con un historial en el que abundan las decepciones.
Slasher, sin embargo, empieza de una forma casi intachable: en la noche de Halloween de 1988 (insertando ya de entrada la primera referencia al film homónimo de 1978, el cual empieza también con una noche de Halloween años atrás), un enmascarado termina con la vida de una pareja sin que sepamos el motivo. Eso es el subgénero slasher, ni más ni menos. Aquello que la citada Halloween (John Carpenter, 1978) y Scream (Wes Craven, 1996) atizaron en sus famosas primeras escenas: el asesino, su primer crimen en sendos prólogos sin titubeos, terroríficos por lo que vemos y por lo que no entendemos. Después de lograr dicho efecto, Slasher se hunde.
¿Qué nos cuentan? Pues que Sarah Benett (Katie McGrath) -protagonista y de facto final girl- y su esposo Dylan (Brandon Jay McLaren) se mudan a Waterbury, el pueblo random norteamericano en el que sucedieron los hechos descritos en la introducción. Ambos pretenden iniciar una nueva vida pese a que en esa misma casa ocurrieron los hechos descritos en el prólogo. Aunque el asesino original, Tom Winston, está encerrado, un nuevo Executioner (el sobrenombre del asesino, no está mal, ¿no?), de igual apariencia pero notablemente más alto, hace acto de presencia y empieza a matar usando los pecados capitales como método de elección de sus víctimas. Es decir, algo más que una referencia a Seven.
El problema de Slasher deriva de su intención de dar un enfoque serio al subgénero. El mismo sólo ha sobrevivido con éxito en contadas ocasiones usando dicho enfoque, siendo la mencionada Halloween el mejor ejemplo. En 1996, Kevin Williamson y Wes Craven redefinieron el género con un golpe maestro: la auto consciencia de los personajes ante una situación digna de una película de terror. Dicho enfoque, que no es fácil, cerraba con notable éxito las costuras de un subgénero que fracasa cuando se toma demasiado en serio, no hay mucho que contar y el talento escasea. Y todo eso ocurre en Slasher.
Las referencias a las citadas Seven y Halloween, así como a Scream (en algunas escenas tratan de adivinar quien puede ser el asesino; la presencia de una periodista sin escrúpulos mareando a los locales con sus métodos urbanos) y ese excitante prólogo daban para una más que correcta serie slasher, como lo fue la primera temporada de Scream. Pero no es así. Slasher se toma tan en serio a sí misma que asistimos a una involuntaria parodia de las peores entregas del género (aquellas Halloween 4, 5, 6, por ejemplo), buscando drama sobre unos personajes dudosamente interpretados y dirigidos, con resoluciones por momentos absurdas (basta con ver la relación que establece Sarah con Tom).
«Slasher se toma tan en serio a sí misma que asistimos a una involuntaria parodia de las peores entregas del género».
En cuanto a la producción huelga decir que estamos ante otro ejemplo de la etapa que estamos viviendo en TV: buenas localizaciones, fotografía y escenas gore de escasa presencia pero de impacto asegurado. El formato de antología y los ocho episodios por temporada son, por contra a los resultados dramáticos, un acierto que ayuda a mitigar las imperfecciones del producto.