Madame Curie (Radioactive, 2019) llega a nuestras pantallas el próximo viernes 4 de diciembre, un biopic de satisfactoria intencionalidad educativa, exento de parafernalias, sobre una de las mayores heroínas del ámbito científico y académico.
La degustación de muchos biopics, como este que nos ocupa sobre Madame Curie, pueden dejarnos un poco con una sensación de sumergida epicidad cuando sus responsables se decantan por una aproximación realista o, dicho de otro modo, alejada de un dramatismo impostado a mayor gloria del efecto cinemático (véase, por ejemplo, Bohemian Rhapsody y la descarada alteración de hechos reales cuando la música debería de hablar por si misma). Marjane Satrapi, directora de Madame Curie, sobre un guión de Jack Thorne (His Dark Materials), se decanta por la primera opción. La autenticidad se impone pero, por contra, el efecto dramático se diluye ante una, tal vez, demasiado grisácea apuesta emotiva.
La biografía de Marie Sklodowska, la científica polaca que revolucionó la ciencia a finales del siglo XIX y principios del XX con sus estudios en París, son referentes casi heroicos en el devenir de la humanidad dadas las aplicaciones, bastas e históricas, de sus descubrimientos. Una heroicidad que el título original, Radioactive, otorga de algún modo pero que en la traducción patria muta en un Madame Curie que evita que creamos que iremos al cine a ver una película sobre mutantes radioactivos o algo así. Tuning sobre autoría aparte debemos constatar, decíamos, el intrínseco papel heroico de Curie (apellido de casada, claro) en París: doble vencedora del Nobel, desarrolló la teoría de la relatividad, descubrió dos elementos (Polonio y Radio) y sus aplicaciones llegaron a salvar vidas en la Primera Guerra Mundial.
Esa patina de heroína científica, amen de mujer en el mundo académico parisino en la Francia de los 1890 a los 1930, no plasman en un film en el que dichos eventos se presentan en épica del momento, ni marcando (como cabría esperar en estos tiempos) el trasunto social con gran adorno motivacional, sino que Satrapi y Thorne crean un film austero, llevado por una Rosamund Pike que se siente cómoda (o eso transmite) en dicho rol: Curie no está por, con perdón, por hostias. Llega a París, empieza a trabajar, en algún punto monta una familia y parece casi normal, mientras sigue trabajando, haciendo historia y derribando muros en forma de decenas de académicos barbudos que no daban un duro por ella.
Madame Curie (película) avanza temporalmente dando saltos que no suponen problema alguno (basta con apreciar las lógicas del paso del tiempo y, más fácil aún, quienes interpretan a sus dos hijas). Destaca la ventaja, ya en casi cualquier película con un mínimo de presupuesto, del uso del CGI para poder recrear con facilidad la París de hace 100 años sin que cante más de la cuenta. Si bien Madame Curie no se torna, en ningún momento, una película que se enjabona en excitación historia, advertimos que evita -decíamos- lo que es obvio dado el género de nuestra protagonista, y la época que acontece, dando por sentado que el espectador no necesita drama cuando las imágenes cantan por si solas.
El reparto, notablemente escaso, queda resuelto en favor de Rosamund Pike como protagonista absoluta hasta que, debemos conceder, aparece Anya Taylor-Joy en un breve papel que contrasta con su áurea actual de futura estrella. Madame Curie se estrena en los cines españoles el próximo viernes 4 de diciembre.