Juliet, Desnuda, parte de una premisa tan interesante como presente en nuestra sociedad, o cuanto menos, en su versión online: se nos va de las manos el seguimiento desmedido, o el odio en igual mesura (ya saben: fanboys y haters) hacia ciertas figuras de la cultura popular.
Parte del atractivo inicial de Juliet, Desnuda (Juliet, Naked), dirigida por Jesse Peretz a partir de una novela de Nick Hornby, es el dibujo tan prístino, casi empático, que se hace de Duncan Thomson (Chris O’Dowd): un fanboy obsesionado con la mística figura de Tucker Crowe (Ethan Hawke), un cantante de rock que abandonó la música (y al parecer el planeta) tras su primer y único álbum, en extrañas circunstancias, y dejando tras de sí una estela de misterio y apasionados fans que estudian su figura, sobreanalizan sus canciones y teorizan sobre su paradero.
Si en estas líneas habéis notado, aunque sea en parte, un reflejo de la realidad online actual, es normal. O no, quien sabe, pero a quien escribe, esta premisa de Juliet, Naked le pareció un fiel reflejo de uno los colaterales de la mezcla de redes sociales y el fanatismo: cual episodio de Black Mirror, los fans pueden ahogarse en su propia imaginación, incluso en su propio odio, alejándose (a veces voluntariamente) de la realidad.
Duncan no sólo es un consumado experto en Tucker Crowe sino que se estimula tanto en sus conocimientos como en la escucha de las canciones del compositor. Su pareja, Rose (Annie Platt), con quien convive en un pueblo marítimo inglés, arroja su escepticismo ante tanta adoración escribiendo un comentario en el blog de Duncan, iniciando así el inevitable enredo que da pie al film: Tucker Crowe, el autor del disco Juliet, Naked, responde.
Desconociendo la novela de la parte este Juliet, Desnuda, nos queda la sensación de que era posible una aproximación más irónica, de sana malicia, hacia un cuadro vigente en nuestra realidad online, especialmente cuando en determinado momento asistimos al horror de cotejar lo que damos por sentado con lo que, simplemente, nos atiza en forma de realidad.
Sin embargo, si volteamos Juliet, Desnuda hasta encontrar su lado de comedia romántica, funciona, y lo hace porque -intuimos- el espacio del que dispone es menor que en otras películas: Rose y Tucker no nos sorprenden pero ambos destilan un aire natural, coherente, que agrada y, debo decirlo, Jackson (Azhy Robertson) es una de las mejores elecciones de casting infantil que he visto en los últimos años: por fin un niño que parece un niño.