Dialogando con la vida, nuevo film del cineasta francés Christophe Honoré, nos trae el drama vital en el que cae el joven Lucas cuando pierde a su padre en un accidente.

En Cinéfilos Frustrados llevamos tal cantidad de películas francesas cubiertas a modo crítica (un día deberíamos hablar del poderoso sistema francés de financiación patria) que a uno casi que le apetece simplemente aconsejar que no se lean nada de todo esto y simplemente acudan a ver el film en cuestión. No es este, desgraciadamente, el caso. Y no porque Dialogando con la vida sea mala. En absoluto. Pero son 2 horas de drama concentrado en un chaval de 17 años que vive una depre de caballo. Así que en este caso: mejor léanse el tocho.

Dialogando con la vida (01)

Un accidente deja a Lucas sumido en una crisis existencial en la que la muerte de su padre sirve de detonante para colapsar su mente y avivar sus dudas: la relación que tenía con él, su vida en un internado, su homosexualidad y un hermano con el que tiene una relación tensa desde que decidió largarse a París. Dialogando con la vida, en esas dos horas, nos aproximamos a la inesperada terapia (un viaje, un chico) que le supone un viaje a la capital francesa.

En lo formal Dialogando con la vida se sustenta mezclando los eventos del film con la terapia que Lucas dirige al espectador, recordando los acontecimientos de su reciente duelo. Una terapia que se inicia con una escena inesperada cuando su madre y hermano se reúnen y escuchan juntos la canción que quieren para el funeral: el magnífico Electricity de OMD. Un vínculo con el synth pop ochentero completamente inesperado y cierto modo catártico para la familia.

Dialogando con la vida (02)

El tramo parisino, sin duda el más interesante de Dialogando con la vida, no reviste novedad en lo que acontece: Lucas abraza la gran ciudad con devoción, descubre la carrera de su hermano, se enamora de su compañero de piso, dedica largas jornadas a recorrer las calles y termina, incluso, tonteando con la prostitución en uno de los momentos clave de la batidora de emociones que tiene en su cabeza. Un tercer acto de corte mucho más severo nos avisa de que, pese a lo visto anteriormente, algo no marcha bien y Lucas necesita concentrar su duelo en forma del más absoluto silencio.

Dialogando con la vida, decíamos, no es un mal film. Paul Kircher soluciona la tremenda papeleta de sustentar un film basado por completo en su punto de vista, y encima adornarlo con sus mensajes al espectador, sin que el film decaiga por ello. Sin embargo advertimos una congoja interpretativa que puede hacerse bola si uno no entra rápido en la propuesta de Christophe Honoré (que firma también el guión). No hay concesiones a un exceso de llorera, momentos intensos o formalidades vacías.

Y en este particular, con dicha propuesta, Dialogando con la vida lo fía todo a Lucas y a que entiendas y empatices con su duelo y con el cacao emocional que es en este momento su cabeza. Sin duda una apuesta arriesgada y aunque se corre el riesgo de no compartirla, aplaudimos olvidarse de las medias tintas.