¿Os imagináis una comedia de sólo seis episodios, desternillante, ambientada en la Derry de los noventa (y con música de la época), muchísima mala leche hacia cierto sector religioso y una sola escena sin humor que ha motivado la escritura de esta crítica? Deja de soñar, ¡Derry Girls es tu serie!

Como si de un octópodo catódico se tratara, mutante además, la industria alrededor de las series de televisión sigue expandiéndose sin freno, mostrando claros signos de explotación comercial sin tapujos (y ya sabemos como termina eso), y de vez en cuando pequeñas gemas, como esta Derry Girls, que han florecido en un entorno de éxito generacional en el que se puede pensar en hacer una serie sobre cualquier asunto.

Derry Girls, de cabo a rabo (bueno… Ya entraremos en ello más tarde), se formula como una comedia de época (a un nacido a finales de los setenta esto acaba de sentarle como una patada en… Disculpen), repleta de humor, sobre cinco adolescentes en la Derry (o Londonderry, según el punto de vista) de mediados de los noventa.

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El contexto histórico es más que esencial en Derry Girls: es la sumaria narrativa del asunto. Hablamos de los años previos a los cruciales acuerdos de paz de finales de los noventa. Hablamos de años en los que el terrorismo, más salvaje -si cabe- del que recordamos en estos lares, escenificaba, en sangre y muerte, la difícil convivencia de Irlanda del Norte.

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Entonces, ¿de qué trata Derry Girls? No hay demasiado misterio: durante sus seis escasos episodios, de apenas 22 ó 23 minutos, muestra una sanísima noción del mejor sentido del humor que existe: el que permite que uno reírse de si mismo, sin temor, dejando a la vista de todos las miserias de toda cultura, raza o religión.

Lisa McGee, creadora y guionista, y artífice del esplendor cómico de Derry Girls, no se pierde en el chiste fácil, todo lo contrario, aprovecha cada escena para disparar con mala leche, y sobre todo mucho cariño, sobre sus propias experiencias como norirlandesa.

 

Y como es habitual en las comedias que trascienden el medio, Derry Girls, dirigida por completo por Michael Lennox, arroja un casting de pleno acierto en su protagonista: una monumental Saoirse-Monica Jackson, dando vida a Erin Quinn, cuyo personaje nace en su particular interpretación facial, raspada voz, y el elemento que marca por completo una serie que debería protegerse con leyes internacionales contra el doblaje: el particular, sonoro y abierto acento irlandés. Glorioso.

Erin, su grupo de amigos (Clare, Orla, Michelle y el único inglés, James), su familia (entre ellos Ian McElhinney, el gran Barristan Selmy de Game of Thrones), ni uno, de veras, ni uno se queda atrás: tal vez sea la necesidad de ir a por faena con sólo seis episodios, o simplemente que Lisa McGee es una guionista excepcional, pero Derry Girls funciona de maravilla como comedia de consumo rápido.

Y entonces, cuando tenía en mi cabeza esa idea, creyendo que terminaba la primera temporada de una gran comedia, llegó la última escena. No, no vamos a spoilear nada, por supuesto, pero atesoro que me atrapó con la guardia baja. Y no, no fue un giro de guión, ni una sorpresa de última hora. Simplemente un momento muy triste, y a la vez precioso, porque Derry Girls, y Lisa McGee, en concreto, quisieron recordarnos que había detrás de tanto humor, de tanta parodia: la cruda, y maldita, realidad. Y tuve que venir aquí a contarlo.

 

 

Reseña
Derry Girls
8
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