Belladonna of Sadness llega por primera vez a España de la mano de FILMIN, una joya «perdida» de la animación japonesa
La sombra del «Dios del manga«, Osamu Tezuka, es extensa y variopinta. El anime por los años 70 todavía era muy joven y la ola hippie todavía perduraba. Era el momento de hacer animación con temáticas más adultas, más maduras y con elementos tabú que todavía no se habían usado tan abiertamente. Con este pretexto Osamu Tezuka, junto a su colaborador y no menos capaz Eiichi Yamamoto, dieron a luz a la trilogía Animerama, comprendida por Las mil y una noches (1969), Cleopatra (1970) y la aquí presente Belladonna of Sadness.
Una mezcla entre la historia de Juana de Arco y un texto del historiador Jules Michelet, un retrato de la venganza de una bella joven convertida en hechicera tras un pacto diabólico y ambientada en una época donde el feudalismo todavía sigue vigente.
Sin duda alguna, Belladonna of Sadness es la obra más sobresaliente de la trilogía, la más atípica y a la vez reconocible muestra de animación experimental que haya podido dar el género. Coetánea de películas con un corte similar como Planeta Salvaje o Yellow Submarine, con las que comparte un tono surrealista, y psicodélico -sobre todo con esta última-.
Trazos ligeros, formas redondeadas y una mezcla de tonalidades cálidas y frías son las herramientas que emplea Eiichi Yamamoto -tuvo desavenencias con Osamu por el tratamiento de la historia y la terminó dirigiendo en solitario- para dar una expresividad que no requiere de palabras, escasas a durante todo el largometraje, para ser entendida. No sin olvidar el matiz gótico que impregna toda la película, una mezcla muy rara si enumeramos lo anteriormente escrito, pero eficaz para dar cuerpo y algo de sentido a la historia.
Belladonna of Sadness se podría definir como un viaje a la psicodelia erótica, un erotismo proveniente de la ola pinku eiga japonesa de finales de los 60 y principios de los 70, en el que formas fálicas, y figuras femeninas inspiradas en el Art Noveau del Tarot, varían de tamaño, formas y colores. Una locura visual insólita y absorbente durante su casi hora y media de duración y que casa con las ideas de liberación sexual femeninas.
No menos importante es la música que acompaña a la película, elaborada por el compositor Masahiko Satoh, una mezcla psicodélica con jazz que encaja a la perfección con el tono. Casi incluso mejor que la fusión imagen/sonido que existe en Yellow Submarine. También géneros musicales como el funk y pop ayudan a aligerar el largometraje y que la experiencia sea más llevadera, o mejor dicho, que no sea un «mal viaje«.
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Está claro que esta obra es muy especial, y que probablemente no sea para todos los públicos. Que una vez que te la pongas la quites a los 10-15 minutos, o que por el contrario te parezca una obra maestra. Pero sin duda alguna es única en su especie, vanguardista y una locura que hay que ver por lo menos una vez en la vida si te declaras un amante acérrimo de la animación. No perdáis la oportunidad de disfrutar de algo así.