Crítica de After, en mil pedazos: esto duele (y mucho)

Director: Roger Kumble | Guión: Anna Todd, Mario Celaya | Producción: Offspring Entertainment, CalMaple Media | Música: Justin Burnett | Fotografía: Larry Reibman | Reparto: Josephine Langford, Hero Fiennes Tiffin, Dylan Sprouse

Como en los viejos tiempos del cine de bajo presupuesto y alto retorno económico, el éxito de After, aquí empieza todo (2019) propició una rápida secuela, After, en mil pedazos (2020), que llega hoy a nuestros cines.

Antes de entrar, de lleno, en nuestro relato acerca de la experiencia vivida con la secuela de After debemos aclarar algo esencial. De momento, y aunque sólo llevamos dos entregas, esta saga está demostrando una cualidad sobresaliente. Poco habitual en la historia del medio. Y no es otra que una asombrosa capacidad para mantener el nivel de calidad media en los grandes puntales dramáticos: dirección, guión, diálogos e interpretaciones. Todos ellos, en ambas películas, rozan lo mediocre hasta el dolor abdominal y la náusea crónica pero, el caso es, y es un mérito, que consiguen una continuidad admirable en dichos apartados. No hablamos, pues,  de una saga cualquiera.

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La primera entrega de After, la adaptación cinematográfica del éxito literario -nacido de un fan fiction de One Direction (!!)- de Anna Todd, cosechó críticas negativas que no sólo atizaban sus valores dramáticos o cualitativos sino una tendencia presente en el espectro literario y audiovisual basado en un creciente interés en regodearse con la toxicidad romántica sin que quede del todo claro en que punto se rebasa la ficción de la tolerancia u connivencia hacia lo narrado.

Recordando aquella primera entrega (lo de recordar es un decir: es como si la hubiéramos visto ayer por primera vez), así como la presente secuela After, en mil pedazos (muy fan de esos títulos de dolorosa simplicidad; uno imagina la quinta entrega: After, gire a la izquierda), recordamos a Anna Todd aclarando que describir una relación tóxica no implica estar de acuerdo con ello o que el film sea, por ende, tóxico. Por supuesto que no. Sin embargo, y hacia ello apuntaban las críticas, ambas películas convierten en pasto del olvido (siempre antes o después de una horripilante secuencia musical) todo elemento tóxico o directamente punible en la relación entre Tessa (Josephine Langford) y Hardin (Hero Fiennes Tiffin).

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After, sin embargo, quiere evolucionar y en esta secuela introduce un elemento que parecía en decadencia desde hace unos años (más o menos desde que los jóvenes prefieren regodearse en la realidad aunque esta sea una soberana mierda) y que no es otro que la fantasía urbana de abrupto hiperbólico: así tenemos que Tessa consigue, como es normal en todo el mundo en primero de carrera, un trabajo de becario en una empresa de alto standing; triunfa en unas horas (literalmente); una breve crisis nos lleva al inevitable momento vestuario/lujo urbanita a lo Pretty Woman y en nada se planta en una fiesta de ultra lujo metida, del todo, a alta ejecutiva a la que instalan en una suite de un hotel. En ese punto a uno deben desatascarlo de  la butaca con instrumentos quirúrgicos.

After, en mil pedazos no puede evitar innovar más, aumentar su cuota de excelso dramático, y acude a un doble punch letal: por un lado Todd y demás responsables apuestan por indagar en el pasado traumático de Hardin. Si en la primera entrega supimos, así de pasada, que el pequeño Hardin (antes de ser un joven serio, oscuro y clon humano de Edward Cullen) vivió una experiencia horrible al asistir a la violación de su madre, ahora concurrimos más en ello. Bueno, esto de indagar es un decir, una ilusión producto del cacao pop, cursi y pastoso en el que entramos a cada momento musical, porque en realidad es todo de un abrupto cachondeo testigo de la peor mezcla posible en el relato del personaje: metemos ahí la mención al gran trauma, en vez del evento mismo, y sus consecuencias, y ya vale.

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El otro golpe maestro viene dado con el habitual (y ahí excusamos a Anna Todd: el manual de la comedia romántica hortera es el que es) tipo B o tipa B, esto es, el elemento tentador que suele entrar en el segundo acto para desestabilizar la pareja a costa de que el tentado, o la tentada, así como el espectador, atisben el factor comparativo: ese elemento B tal vez no es tan atractivo o apetitoso pero sin duda es más saludable. El personaje en cuestión, Trevor (Dylan Sprouse), por momentos coliflor humana, resulta ser lo menos tentador no sólo de la oficina sino de la vida de Tessa. Incluso el pescado hervido parlante que es Noah (Dylan Arnold), el mítico primer beta local de la versión castiza de Tessa, tiene más encanto y emerge más dudas que el ínclito Trevor.

No podemos terminar esta crítica a esta After, en mil pedazos con una pequeña concesión al buen hacer de los actores: ella, lo único potable del elenco, apenas salva el tornado de tópicos de casi cada personaje (el de la malota de turno es especialmente plano: es posible que ahí hayan tocado fondo, creando, en el proceso, un arte). Sin embargo existen unos instantes, que duran así como una eternidad, donde están maravillosos: en los traumáticos momentos musicales. Una sucesión, inacabable, de instantes pop empalagosos en los que, por lo menos, se mantienen en silencio mientras nuestro cerebro intenta no colapsar ante la sobredosis de azúcar y terroríficas escenas de sexo a cámara lenta. Esperamos con ansia las siete (7) siguientes entregas.