Midsommar, de Ari Aster, el gran maestro del terror contemporáneo, con el tiempo ha ganado adeptos y notoriedad. No podía ser de otra manera, ya que hablamos de una de las grandes películas de 2019 y de una joya del nuevo horror norteamericano. Su eficacia a la hora de resquebrajar los códigos del género es una de sus características más remarcables, pero es la capacidad de Aster de tener al espectador en todo momento donde él quiere lo que la hace verdaderamente especial.
El otro día me dispuse a ver Midsommar por tercera vez; en esta ocasión, vi el Director’s Cut, cuya duración se acerca a las tres horas. Desde el día después de verla por primera vez se convirtió en una de mis películas favoritas y me hizo consolidar a Ari Aster como uno de mis directores preferidos. Me atrapó de ella su bellísima puesta en escena, lo turbia que es desde el minuto uno y lo diferente que es. Digo que me enamoré de ella el día después de verla por primera vez porque nada más acabarla me dejó una sensación rara: no supe decir si me había encantado o disgustado. Me sentí tan extraño viéndola en el cine que tardé varias horas en digerirla; algo así me sucedió también con el remake de Suspiria, otra de mis películas favoritas.
Midsommar es un mal viaje. Desde que empieza hasta que acaba sientes como si estuvieras drogado, ya no solo por su estilo a la hora de representar el consumo de drogas por parte de sus personajes, sino por qué te cuenta y cómo. Una cinta de terror a plena luz del día podría ser una mala idea para muchos cineastas, pero para Ari Aster es una oportunidad única para romper esquemas y sacar a relucir todo su talento. No abusa de los jumpscares ni es tan sumamente perturbadora como Hereditary (aunque tiene alguna escena realmente extrema), pero se las ingenia para manipularte y tenerte donde ella quiere durante todo el rato.
La comunidad que vemos en Midsommar da miedo. Nuestro temor a lo desconocido tiene un papel vital en este miedo, pero es por la atmósfera que Aster crea que nos sentimos parte de la experiencia que viven los protagonistas. Esta especie de puerta invisible que Aster nos obliga a atravesar nos lleva a un mundo tétrico, asfixiante y perturbadoramente bello del que no podremos salir ni con el final del metraje. Para alcanzar este cometido, Midsommar hace uso de diversas técnicas, tanto cinematográficas como narrativas, para atraparnos y no dejarnos marchar. Hay muchísimas aspectos de Midsommar que me encantaría resaltar, pero me voy a ceñir en los que para mí son los más importantes a la hora de sumergirnos en su mundo.
Romper la cuarta pared es una técnica que siempre me ha fascinado. Sentir que aquello que vemos en pantalla pretende relacionarse directamente con nosotros es tanto curioso como perturbador. En Midsommar, esta técnica aparece en el primer ritual que la comunidad (o secta) lleva a cabo. Tanto los protagonistas como los habitantes de la aldea están mirando hacia arriba de una montaña por la que sucederá algo espantoso.
La cámara sigue a todos los personajes de la escena, pero hay uno que es distinto al resto. Hablamos de un plano general que coloca a todos los personajes de espaldas a la cámara. No obstante, hay uno de ellos que se gira y mira directamente hacia ella. No te has dado cuenta, pero la película te acaba de decir que estás dentro. Solo ha sido una mirada, pero en ella encontramos el gran propósito de Midsommar: invitarte a vivir la misma experiencia que sus protagonistas.
Las drogas y las alucinaciones tienen un papel crucial en Midsommar. Al igual que lo de la cuarta pared, estos elementos nos ayudan a meternos en situación. En las secuencias en las que los personajes consumen sustancias alucinógenas podemos apreciar cómo el fondo del paisaje, las caras de los personajes y los elementos que pueblan la escena se tornan raros, animados y perturbadores. Que las plantas respiren (como respiramos tú y yo) y las sonrisas parezcan sacadas de una pesadilla distorsionará hasta tal punto tu sentido de la realidad que en más de un momento te costará centrarte en la película.
A remarcar una escena que prueba la idea que estoy defendiendo en este artículo. Josh, uno de los protagonistas de la obra, se dirige (a escondidas) a una especie de santuario donde la comunidad guarda sus escritos sagrados. Su propósito es hacer fotos de los libros, deseo que tiene terminantemente prohibido por los miembros del lugar. Mientras está haciendo fotos, a través de un espejo vemos que se acerca a él alguien desconocido. La cámara gira rápidamente y vemos a este ser. Josh se muestra asustado, pero esta sensación es breve, ya que repentinamente otra persona lo mata usando un mazo. Tal y cómo es el escenario y cómo están situados los personajes, la aparición repentina del ejecutor se hace un tanto extraña. ¿De dónde ha salido? Invito a que todo aquel que quiera tratar de entenderlo vea el siguiente video.
Siendo consciente de que debe haber una explicación es más fácil darse cuenta de ello. Por otro lado, veo realmente difícil que alguien se percate de ello viendo la película por primera vez. En el momento del rápido giro de cámara podemos ver durante unas milésimas de segundo a un personaje emerger de la oscuridad. Lo teníamos delante de nuestras narices, pero como trato de decir, Aster nos tiene donde él quiere en todo momento.
¿QUÉ TIENE DE ESPECIAL PARASITE?
Esta es una perspectiva de Midsommar, pero tiene muchas más e igual de interesantes. Es abrumadora la riqueza cinematográfica de la obra, ya sea a través de su guion o de su dirección. Con cada visionado gana fuerza y el espectador se permite el lujo de volver a ver el mundo del cual no ha sido capaz de salir aún habiendo abandonado la sala del cine.