Ciclo Scorsese, infiltrados

Puede que lo primero que pienses viendo los amores y desamores de aristócratas del siglo XIX es que esto sea lo menos Martin Scorsese imaginable. De hecho, ya se había adaptado anteriormente en dos ocasiones. Nadie esperaba verla de nuevo en pantalla… y menos de su mano. Pues a poco que comienza la película te das cuenta que nada es más Martin Scorsese que La edad de la Inociencia.

¿Cómo no iba a interesarse por la novela de Edith Warton? La neoyorkina describió un mundo que conocía bastante bien, puesto que nació sólo diez años tras los acontecimientos que describe en su libro. Nos habla de un mundo en el que quienes mueven los hilos no siguen el camino recto. Da igual que aquí no estemos hablando de mafiosos, de corredores de bolsa o la fauna de los bajos fondos. El estricto sistema de costumbres de la alta sociedad decimonónica no era más benévola. Un mundo estirado en el que las tradiciones y el qué dirán era (¿es?) igual de destructivo que la peor banda callejera. Eso es lo que nos muestra la primera novela por el que una mujer ganó el Pulitzer. Y, por supuesto, La edad de la inocencia es Nueva York.

No obstante, hay algo esta película aún más intrínseco al director italo-americano: Su faceta cinéfila. Scorsese pertenece a la primera generación de cineastas que ya aprendieron cine en una escuela, siendo su referencia el trabajo de sus predecesores (Date cuenta que Autores como Houston, Welles, Hitchcock y demás se iniciaron en el cine prácticamente a pelo). Lo que hizo el neoyorkino con este título fue su «película» clásica particular.

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Para ello se hizo con una temática y ambientación a lo William Wyler, títulos de créditos del mítico Saul Bass y música de Elmer Berstein, (que lo mismo de nombre no te suena, pero es el autor de la banda sonora de Los diez mandamientos, Los siete magníficos y Matar a un ruiseñor. Ahí es nada). Eso sí, para la dirección de fotografía, arte y montaje siguió contando con sus colabadores de referencia. Los experimentos, con gaseosa.

He pensado siempre que la principal diferencia entre el cine clásico y el moderno no hay que buscarlo a nivel de lenguaje, sino de discurso. Los directores de antaño no te reflejaban los hechos, sino que te contaban lo que está pasando. Es algo similar a ver un noticiario. No se limita a colocarte delante de lo que ha ocurrido, sino que te va diciendo qué son las imágenes que estás viendo.

Por esa razón, no hay recurso más asociado al cine clásico que la voz en off: Un narrador que acompaña a la secuencia para explicar lo que está sucediendo en ella. Scorsese reutiliza este «truquito», sacándole mucho más partido del que parece. Para empezar, pone voz Joanne Woodward, lo cual le añade más gusto aún de cine clásico. Por otro lado, la novela de Warton es pretendidamente descriptiva. Por medio de esta narración, Scorsese puede «contar» todo lo que no ha podido traducir al lenguaje audiovisual. El director consigue que la experiencia de ver en imágenes La edad de la inocencia sea sorprendentemente similar a la de leerla. Eso sí, sin que deje de ser «su» edad de la inocencia.

Llegados a este punto, maticemos. Más que una película clásica, lo que hizo Scorsese es llevarse el cine clásico a su terreno. La puesta en escena no puede ser más «made in Scorsese»: La cámara fluyendo continuamente, con gran número de figurantes perfectamente coreografiados. El cineasta se deja llevar por una atención exhaustiva con el que demuestra su gran amor hacia lo que está rodando.

El universo que le levanta Dante Ferreti se lo coloca delante del espectador para que no pierda ningún detalle ante tanto «horror vacui». No sé si fue Ferreti o Scorsese quien pensó en incluir ejemplos de los nuevos estilos artísticos del momento, como el impresionismo: La modernidad pictórica es aquí el caballo de Troya en un inamobible sistema de tradiciones, como metáfora del momento vital de sus protagonistas. Detalle tan sutil como perfecto.

Thelma Schoonmaker es, desde luego, cualquier cosa menos una montadora clásica. Introduce máscaras en el plano para que te fijes sólo en un detalle. Rompe largos planos en movimiento con infinidad de extras para pasar al plano/contraplano de toda la vida… y a continuación nos devuelve  a la vorágine del «más es más». Si esta película la hubiera rodado efectivamente Wyler, la argelina se hubiera encargado de meterle una sobredosis de anfetaminas.

la edad de la inocencia

La película es, en general, una auténtica gozada para los sentidos, toda una experiencia completamente abrumadora. No he dicho nada aún de los actores porque los reservo para el final. Pfeiffer, Ryder y Day Lewis están maravillosos. Los tres son un derroche de belleza, elegancia y carisma (Aunque, curiosamente, en la novela los dos personajes femeninos estan descritos justo al contrario. Parece como si al director de casting se le hubiera traspapelado las separatas y se le hubieran cruzado los papeles).

¿Sabes esas películas en la que todo, absolutamente todo funciona? Esas en la que los actores están fantásticos, la música es preciosa, la puesta en escena es sorprendente, los escenarios están «hablando» y el texto está bien escrito? ¿Cómo que no? ¿No has visto entonces La edad de la Inocencia?

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Redactor de cinefilosfrustrados.com - Iba para DaVinci pero me quedé en Christian Gálvez