Luca Guadagnino explora la subyacente oscuridad de la adolescencia en Hasta los huesos: Bones and All, un fidedigno retrato de las inquietudes que nublan el juicio de los exiliados de la sociedad.
Desde su particular revisita al mundo de Suspiria, Luca Guadagnino es un dios para mí. Su magistral manejo de la sensibilidad, el amor y el ser humano en su estado más puro consigue llegar a lo más íntimo de mi ser. Sus películas no son fáciles ni divertidas, pero saben qué teclas tocar para adentrarse en lo más profundo de tu alma. Esta verborrea espiritual la suelo tachar de vacua, pero en este caso está totalmente justificada: el cine de Guadagnino es único.
Por mi amor hacia el cine de Guadagnino, el anuncio de Bones and All como la clausura del Festival de Sitges de este año lo recibí con gran entusiasmo. Su paso por Venecia había encandilado a la prensa (ganó el León de Plata al mejor director) y los anteriores trabajos del autor italiano se han convertido en referentes (Call Me By Your Name y Suspiria son obras incuestionables del cine contemporáneo). Bones and All prometía ser una de las grandes cintas del festival, así que su pase era un must para los feligreses de Guadagnino.
Bones and All sigue los pasos de Maren Yearly, una joven afroamericana que es incapaz de controlar su canibalismo. Su padre, abrumado por la situación, decide abandonarla, aunque no sin antes darle unas pautas para sobrevivir en soledad. La nueva vida de Maren la obligará a moverse por un mundo hostil lleno de peligros, pero también de gente afín a ella.
La gran baza del cine de Guadagnino es el poso que dejan sus obras. Durante el visionado de Bones and All, puedes apreciar las actuaciones, la fotografía o la banda sonora, pero la totalidad de la obra te alcanzará horas después de haber abandonado el cine. Las situaciones que vive la protagonista (una estupenda Taylor Russell) son inconexas, incluso incoherentes, pero todo tiene un porqué. El cine de Guadagnino no sigue el hilo de la coherencia narrativa como una película al uso. Prefiere depositar su fuerza narrativa en la belleza de lo casual, en un batiburrillo de recuerdos plasmados con amor y cariño.
La road movie que reside en Bones and All no es más que un recorrido por aquellos oscuros años de la postadolescencia. Esa etapa donde todo es blanco o negro, las emociones pesan más que las reflexiones y el mundo está siempre en tu contra. Taylor Russell, junto al siempre hipnotizante Timothée Chalamet, recorren una vida que no han escogido ellos, pero que les ha tocado vivir. Su breve bagaje en la vida será su mayor arma contra la hostilidad del entorno. Por el camino, se encontrarán otros exiliados que, por una razón o por otra, se alejaron de las convenciones sociales y vivieron totalmente ajenos al mundo real.
CRÍTICA DE ‘AS BESTAS’ (2022): EL CAMINO DEL DOLOR
Bones and All es una película violenta, cruda y desagradable, pero también es romántica, verdadera y sentimental. En eso es muy similar a Suspiria, ya que crea un contraste magnífico entre lo bestial que es la vida y los momentos que hacen que merezca la pena sobrevivir. El amor, tema capital en la obra de Guadagnino, es el motor vital de todos los personajes de la obra. Y el amor, sentimiento implacable que los condensa a todos, tiene muchas formas. El sexo, la obsesión, la responsabilidad afectiva, las miradas indiscretas, la primera vez… Llegar hasta los huesos y sentir un subidón que nada consigue emular en la vida. Eso es el amor, y así lo plasma Luca Guadagnino.