Es lógico, esperable y hasta sano que cuando un director encuentra un equipo con el que se siente cómodo, que sabe meterse en su cabeza y saca lo mejor de ella, se lo quede de por vida. Si prestas atención a la filmografía de los grandes autores, casi siempre vas a ver a los mismos compañeros trabajando juntos. Por encima de todas estas relaciones hay una que brilla con una luz especial. La del cineasta y su músico de cabecera, creando así bandas sonoras que hacen historia.
Quizá sea porque entienden su labor de manera similar. Ambos son artistas, pero no artesanos. No crean nada físico, no son los artífices de ningún objeto tangible en concreto. Los dos necesitan de otros para dar forma a su universo. Por eso, uno de los mayores temores de cualquier director es dar con el músico adecuado. En el set de rodaje puedes saber si la iluminación o el escenario son los apropiados a la historia que quieres contar… Pero la música es otro tema. Es el único apartado sobre el que el director no siente tener el control y se tiene que dejar llevar. Es un salto de fe, por eso mismo algunos directores no se atreven a delegar y prefieren el uso de canciones o música ya creada.
Aún así, cuando el cineasta encuentra a «su» compositor, se forma el matrimonio más reconocible del cine. Spielberg lleva toda la vida trabajando con el director de fotografía Janusz Kaminski, pero para todos nosotros su único super best friend forever es John Williams. Kaminski es un currito, pero Williams es un artista.
Pero no te vayas a pensar que eso sólo lo cree el público. Qué va, la industria lo considera igual. La iluminación, la escenografía, el montaje y el vestuario se catalogan como «apartados técnicos» mientras que la puesta en escena, la música y el guion se encuentran en el apartado artístico. Y te aseguro que para nada es así. Una película la realiza un grupo de artistas que trabajan bajo las directrices de otro artista. Bueno, eso es un universo ideal. En el mundo real todos trabajan para el productor. Ya sabes: quien paga, manda… pero no rompamos el romanticismo y hablemos de los matrimonios artísticos mejor avenidos de la historia.
Alfred Hitchcock y Bernard Herrmann
Teníamos que empezar con ellos dos. El cineasta inglés digamos que tuvo una complicada relación con las bandas sonoras. En Náufragos no incluyó ninguna puesto que pensaba que en alta mar la música no podría venir de ninguna parte. En Los pájaros tampoco hay musicalización, ni por poco la hay en la ducha de Psicosis.
El genio inglés siempre valoró el cine mudo por encima del sonoro y quizá por eso mantuvo cierto resquemor a todo lo que no fuera visual. Pero como el cine es igual que la vida: una maravillosa contradicción, le robó el músico a Orson Wells y cambiaron la historia del cine. Esta afirmación no es ni gratuita ni apasionada: la música cinematográfica no volvió a ser la misma.
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Digamos que Herrmann consolidó la musicalización tal y como la entendemos hoy el día. Fue quien creó la banda sonora moderna. Hasta entonces, primaban las músicas orquestales que lo mismo te servía para un western crepuscular que para el vídeo de la comunión de tu primo. Quiero decir que en la mayor parte de los casos las bandas sonoras eran muy épicas, pero intercambiables entre si.
No se había establecido que la música sirviera para potenciar la carga narrativa o emocional de la secuencia sino como adorno de la imagen. Los quince años de colaboración entre ambos artistas forjaron la visión que tenemos hoy de cómo ha de ser una banda sonora: psicológica, incidental y, sobretodo, imprescindible.
Pedro Almodóvar y Alberto Iglesias
El manchego ha estado buscando a su músico durante gran parte de su carrera.
En sus comienzos y primeros éxitos internacionales confió la labor a Bernardo Bonezzi, sin embargo algo no cuajaba. Ni el argentino le daba exactamente lo que necesitaba ni el español se atrevía a arriesgarse con otro. Tras Mujeres al borde de un ataque de nervios, Almodóvar decidió poner punto y final y fue tanteando, de barra en barra, dónde estaba su compositor. Pasó de usar sólo canciones a solicitar músicos estrella como el mismísimo Morricone. No funcionó y recurrió a Ryuichi Sakamoto, que lo mismo así de cabeza no te suena pero ganó el Oscar por la música de El último emperador. Nada, que ni por esas… hasta que encontró a Alberto Iglesias.
Su primera colaboración fue en La flor de mi secreto y no se han vuelto a separar. No deja de ser llamativo, puesto que el lenguaje cinematográfico de Almodóvar es completamente barroco e Iglesias se caracteriza por su minimalismo. También rechina el amor desmedido de Almodovar a su «almodovarismo» mientras que el compositor define su estilo como no tener estilo. El caso es que se han entendido a las mil maravillas. Iglesias acompañó a Almodóvar al súmmum de su carrera y no le abandonó cuando ésta entró en decadencia. El karma premió su fidelidad con tres nominaciones al Oscar. Bueno… el karma y su impresionante talento.
Steven Spielberg y Jonh Williams
Williams es el compositor por excelencia del cine. Seguramente sea el primero que te venga a la cabeza si te preguntan por un músico cinematográfico (y a más de uno, el único, reconozcámoslo).
En una época en la que la tendencia eran los sintetizadores y la música electrónica, el músico volvió la vista atrás a la herencia del siglo XVIII y las grandes orquestaciones del cine clásico. Williams fue el más moderno de todos volviendo a lo clásico. Su mayor hazaña fue hacer de su principal defecto su caballo de guerra (Perdonadme el chiste fácil).
Jonh Williams es de todo excepto versátil. Tiene su estilo y de ahí no lo saques. Sin embargo llevó a su terreno cualquiera de los géneros en los que participó. Seguramente por eso conectó a la primera con Steven Spielberg. Todas las revisitaciones de rey Midas de Hollywood (perdonadme el tópico) tenían en el clasicismo de Williams su reflejo musical.
Lo cierto es que es imposible imaginar a Steven Spielberg sin que de fondo suene Jonh Williams. Desde su segunda película, Loca evasión, hasta Los papeles del pentágono, sólo le ha sido infiel en dos ocasiones: El color Púrpura y el episodio que dirigió para Dimensión desconocida.
El bueno de Williams ya no está para tanto trote a sus 87 años, por lo que ha minimizado sus trabajos en el cine. No me quiero ni imaginar lo que tuvo que significar para Spielberg buscar un plan B para Ready player one. ¡Hasta diríamos que va a rodar West Side Story para no tener que buscar otro músico!
Federico Fellini y Nino Rota
Fellini y Rota no son un matrimonio artístico. Son EL matrimonio y lo suyo fue más que una cuestión cinematográfica: Traspasó la pantalla. Esta relación no definió el sonido del neo-realismo. Fue más allá incluso. Cimentó el sonido de Italia en el cine.
El país vecino ha formado una visión cinematográfica de si mismo completamente idealizada (eso sí) pero impresionantemente efectiva: Italia es la Toscana, con sus vespas, sus señoras mayores vestidas de luto, sus guapos mozalbetes con traje, gafas de sol y corbata estrecha y sus voluptuosas vecinas yendo al mercado contoneándose a cada paso. Esa poderosísima estampa ha sobrepasado el propio universo cinematográfico para llegar incluso a la publicidad. Los anuncios de Dolce & Gabbana retoman este concepto que si bien no nace de Fellini, es el quien termina de darle una forma definida. ¿Y qué música te viene a la cabeza cuando imaginas una escena típica italiana? En efecto, la de C̶o̶s̶t̶a̶ C̶r̶u̶c̶e̶r̶o̶ Nino Rota.
Ese es el poder del cine. Es capaz de crear una nueva realidad más grande que la realidad «verdadera» ¿Has estado en Italia alguna vez? ¿Qué recuerdas de ella? Piénsalo durante un minuto y ahora responde a esta pregunta: ¿Estás seguro de que ese recuerdo es tuyo o lo que te ha venido a la cabeza eres tú en una película de Fellini?
Muy pronto, la segunda entrega ¿A quién echas de menos en estas escenas de matrimonio?