En Dillon, Texas, casi todo el mundo vive volcado en el fútbol americano. Y cuando llega el viernes las luces se encienden y los Panthers se enfrentan a su rival entre los vítores de sus aficionados. Y ahí estás tú, sin que te importe ese deporte, emocionado ante la pantalla: porque Friday Night Lights, como siempre que una serie de televisión importa, termina hablando de ti mismo.
1. El matrimonio Tami y Eric Taylor:
Son el centro neurálgico e inquebrantable vehículo emocional de una serie basada por completo en los personajes amén de un necesario contrapunto adulto a un casting repleto -como es natural- de personajes adolescentes. Tami (Connie Britton), orientadora escolar, y Eric (Kyle Chandler), entrenador de los Panther de Dillon, van mucho más allá de la manida química (que desprenden, y a raudales) sino que ejemplifican el gran logro vital de Friday Night Lights: exhiben su bondad con el mismo encanto que Walter White o Tony Soprano exhibían el irresistible rictus del antihéroe.
2. Matt Saracen:
Si los Taylor reúnen los valores del matrimonio casi perfecto, el quarterback suplente de los Panther (Zach Gilford), con su número 7, es el vivo ejemplo de la superación: la responsabilidad de liderar a los Panther ante la terrible lesión de Jason Street palidece ante la de cuidar de su abuela enferma (que personaje tan humano, tan real) sin ayuda alguna tras el abandono de su madre y la ausencia de un padre enrolado en el ejército. Demasiado para un chaval de aspecto frágil, ahogado por las dudas, cuya victoria vital no es transformarse en lo que nunca fue, sino vencer las dificultades al límite de sus posibilidades. Su relación con Julie Taylor (Aimee Teegarden) es tan bonita como arriesgada dado que, pese a todo, se atreve a ir a por la hija del entrenador. Ugh!
3. El fútbol:
Nos referimos al americano, por supuesto. Es necesario que te guste este deporte para seguir Friday Night Lights? En absoluto. Ni siquiera entender sus reglas. Los partidos, rodados con igual energía e intencionalidad velocista, apegan a la épica (ahí la serie cae en la inevitable ficción: grandes momentos, victorias en el último momento etc) y emergen como contrapunto adictivo, excitante, del deporte rey en Dillon. Esos primeros planos del público (básicamente los personajes que no son jugadores) reflejan a espectador, inesperadamente convertido en un Panther.
4. El estilo no se negocia:
Friday Night Lights puede sorprender al principio: ese estilo formal, con esa cámara nerviosa, cayendo casi en lo documental, se antoja algo de principios de siglo pero no sólo te acostumbras sin problemas sino que abre una puerta inédita (o casi) en un drama de este estilo. Los diálogos ofrecen una nueva perspectiva cada vez que vemos lo que no deberíamos en otras series: el silencio de un personaje mientras el otro -que no vemos- está hablando o esos momentos incómodos, tan reales, cuando dos personas conversan sobre algo que no les apetece. No se trata de una formulación realista a lo HBO, la dramatización guionizada no desaparece, pero de algún modo no parece que estés viendo una puesta en escena.
5. Tim Riggins:
Si Matt Saracen podría ser el corazón de Friday Night Lights, Tim Riggins (Taylor Kitsch) sería Dillon en carne y hueso: estrella en la defensa de los Panthers, ídolo femenino, metido en una relación tóxica con su equivalente Tyra Collette (Adrianne Palicki) y enamorado de la animadora estrella Lyla Garrity (Minka Kelly). Tim Riggins, aunque rezuma el manido arco del chico malo provisto de un gran corazón, nunca deja de arrastrar su propia porquería ni va más allá de lo plausible: puede conseguir lo que se proponga pero nunca dejará de ser Tim Riggins. Es el triunfo y a la vez yugo dramático de Friday Night Lights: la extraordinaria misión de convertirnos en nuestra mejor versión.
Texas forever exclama, precisamente, Tim Riggins observando un precioso prado virgen en Dillon. Friday Night Lights nunca cae en la explotación de su marco territorial pero es, en esencia, puramente tejana. Ese aislamiento deportivo en favor del futbol de instituto estatal no sólo afecta a lo deportivo (seamos benevolentes: digamos que pululan personajes de parco alcance cultural), la Iglesia y la participación en la misma es tan rutinario como el propio deporte y existe un apego local que limita el alcance vital de muchos personajes. Pues eso, Texas para siempre!
7. Dura lo que debe, ni más, ni menos:
Friday Night Lights se estrenó con 22 episodios y la amenaza de una cancelación salvada por los pelos. Pese a un pseudo jumping the shark al principio de la segunda temporada, la creación de Peter Berg, con Jason Katims como showrunner, llegó hasta una quinta temporada y 76 episodios. La duración idónea para disfrutar de más de una generación de jugadores de futbol sin llegar al agotamiento narrativo. Incluso se permiten un final emotivo, sin prisas, cayendo suavemente por la imaginaria pendiente de una bonita porción de la vida en Dillon.
8. Supera con nota el síndrome del cuarto año:
Un problema común en casi todas las series de instituto (aunque deberíamos debatir si Friday Night Lights lo es) es el que un servidor llama el síndrome del cuarto año (a veces tercero), esto es: al empezar la inmensa mayoría en el llamado segundo curso de instituto (o sophomore) en la práctica los guionistas disponen de 3 temporadas antes de decidir si seguir a los estudiantes en su paso a la universidad o renovar el elenco. La mayoría de las veces el asunto ha salido rana pero en Friday Night Lights las dos últimas temporadas sobreviven sin palidecer ante los primeros años. Tal vez Vince Howard (Michael B. Jordan), Jess Merriweather, Luke Cafferty, o Becky Sproles no emanan el mismo carisma de Saracen, Riggins o Garrity pero, les aseguro, son dos temporadas a la altura de la calidad media de la serie. Que es mucha. Pero mucha.
9. Emociones, ante todo:
Friday Night Lights tiene aquello que servidor adora (por la cantidad de incrédulos que deja por el camino): si contamos de que va, porque funciona tan bien, parece justo lo contrario de lo que es. O cuanto menos un producto de menor enjundia dramática. Pese al futbol, pese a los adolescentes, la creación de Peter Berg jamás llega al abismo de la exageración (dentro de los límites asumible en una ficción donde hay estrellas de futbol con 17 años), y el desarrollo emocional de los personajes llega en los momentos adecuados. Simplemente está muy bien escrita.
10. Es honestamente optimista:
Esa es la apuesta. En el ADN de Friday Night Lights, en esa intención de no cargar a los personajes con más de lo que un adolescente real puede soportar, Berg, Katims y cía apuestan abiertamente por el optimismo como opción válida en una narrativa sorprendentemente serena. No es un optimismo vacuo. Ni siquiera es una búsqueda de la felicidad como fin. No. En Friday Night Lights siempre hay margen para esperar lo mejor de sus personajes. Y eso, en una época plagada de antihéroes, de nihilismo vital por doquier, es un alivio. ¿Verdad?
Texas forever!